
La gracia y elegancia de Gonzalo Celorio es el aderezo sustancial a su prolífica y excelsa carrera como escritor, maestro y formador de muchas generaciones en la FFyL y hombre generoso. Y esa vena salió a flote al recibir la Medalla José Vasconcelos: “Lamento que mi voz no dé para mucho, eso de ser director de la Academia Mexicana de la Lengua y mudo, es una ironía”.
Pasado el mediodía, en el Seminario de Cultura Mexicana, Gonzalo Celorio espera el inicio de la ceremonia. Estaba sentado y a su lado derecho Eduardo Matos Moctezuma y su izquierda Felipe Leal. El segundo diría que se le concede la medalla por su amplia labor educativa de la ciencia y la cultura con un nivel superior al que corresponda a su especialidad, mientras que Matos Moctezuma dijo que Gonzalo “era un auténtico universitario” y el que llevo la nave de la Academia Mexicana de la Lengua a buen puerto, cuando ésta naufragaba.
UNA VOZ TENUE, PERO PODEROSA.
En su breve discurso, Gonzalo Celorio agradeció a la institución por este reconocimiento por su labor como maestro, en honor al gran maestro José Vasconcelos, cuando se cumple el centenario de su libro “La raza cósmica”, y recordó que el Seminario tiene una labor sustancial: contrarrestar el ancestral centralismo cultural de nuestro país.
Por ello, su misión como la de Vasconcelos, añade el autor de “Y retiemble en sus centros la tierra” y académico de la UNAM, es llevar la cultura a todos los trincones del territorio nacional.
Pero también Vasconcelos, agrega, fue el eje del llamado “Archipiélago de soledades”, el grupo de escritores que publicó la revista Contemporáneos, en cuyas páginas se volcaron a favor de la modernidad universal. “He dedicado buena parte de mis estudios literarios y, sobre todo, de mis cursos de literatura mexicana, a la obra de algunos de los más conocidos escritores de esa generación: Javier Villaurrutia, Carlos Pellicer, Jorge Cuesta y Salvador Novo.
En este punto, Celorio recordó los apuntes de José Joaquín Blanco y recuerda que escribió: “Los mayores como Pellicer, Gorostiza y Torres Bodet, quedaron cada cual a su modo marcados por el impulso espiritual positivo y mesiánico de Vasconcelos en el poder. Los menores, Novo, Villaurrutia, Cuesta, Owen quedaron marcados por el desastre y el escepticismo ante ese espíritu mesiánico y positivo”.
UNA CARRERA DOCENTE
Gonzalo Celorio recuerda que inició su carrera docente en los ya lejanísimos años de 1969, en una escuela vocacional del Instituto Politécnico Nacional, que llevaba el nombre del reconocido astrónomo mexicano Luis Enrique Herro.
“Casi al mismo tiempo, trabajé en un proyecto de enseñanza del español para hablantes de lenguas indígenas de Oaxaca, estado natal de Vasconcelos, adquirido al Colegio de México y auspiciado por la Secretaría de Educación Pública. Lo más relevante en esos años, cuando todavía dirigía la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos, nada menos que Martín Luis Guzmán, fue que me sumé al equipo de la Secretaría del Español”.
En este apartado, Celorio recuerda que en ese tiempo y por primera vez en la historia independiente de México. “La lengua española dejó de llamarse lengua nacional, como se había denominado hasta entonces, en aras de un nacionalismo reductor que quería evitar el nombre de España, al mismo tiempo que reconocía, paradójica e indirectamente, que en los hechos la española era la lengua que había configurado nuestra nacionalidad”.
Gonzalo también enumeró su paso por distintas instituciones bajo la égida de la Secretaría de Educación Pública, como Director de Literatura del Instituto Nacional de las Artes en los años ochenta del siglo pasado y Director General del Fondo de Literatura en los inicios del siglo XXI. Fue docente en diversas instituciones de educación superior de México y en otras tantas universidades de Hispanoamérica, Estados Unidos y España.
“Pero mi casa, mi casa, ha sido la Universidad Nacional Autónoma de México. Mi casa, mi familia, mi historia, mi razón de ser, mi vocación, mi trabajo, mi modus vivendi, mi orgullo. Mi mamá, pues, como decía Edmundo O’ Gorman, para no incumplir en la solemnidad del bello y nutritivo nombre de Alma Mater”.
La UNAM, explica, “no sólo cambió mi vida, me la hizo, me formó, me configuró y me acogió en su seno de por vida. Fui en ella estudiante perpetuo, por eso creo que el magisterio, queridos amigos, es la mejor manera de ser estudiante de por vida. Como profesor, pude ejercer la docencia en la Facultad de Filosofía y Letras durante cuarenta y nueve años, hasta donde el cuerpo aguantó”.
Y por eso, abunda, en la UNAM tuvo varias y sucesivas tareas académico-administrativas que suelen ser más criticadas que reconocidas, pero que la Universidad requiere que alguien las cumpla, muchas veces con espíritu de sacrificio, y nadie mejor que un miembro de su elenco académico: fui secretario de Extensión Académica en la Facultad de Filosofía y Letras, coordinador de difusión cultural, presidente del Consejo Académico de las Humanidades y las Artes, “pero sobre todo, fui, y a mucho orgullo, maestro, y doy por sentado que el Seminario de Cultura Mexicana evoca en esta ceremonia a José Vasconcelos, precisamente en su condición de maestro”.
Un maestro, añade que hoy observa que “la libertad y justicia pudieran estar en entredicho o tener solapadamente significados distintos y aún contrarios a los que les dio en su momento el gran maestro José Vasconcelos.
Porque, recuerda el escritor que en el primer número de la revista “El Maestro”, que dirigía Vasconcelos, el escribió: “No vale nada la cultura si no asegura la libertad y la justicia, indispensables para que todos desarrollen sus capacidades y eleven su espíritu hasta la luz de los más altos conceptos” .