La antropóloga de Yale, Lisa Messeri, escribe que un lugar sugiere un grado de intimidad que puede escalar la totalidad del cosmos a la experiencia humana. La gente cuenta historias sobre espacios que habita (o imaginan habitar) y los sentimientos que les evocan.
Los Egipcios y Babilonios fueron insistentes en entender y predecir las mociones de los astros celestes, incluyendo a la Luna. Crearon una extensa tabla de medidas mostrando la posición de la Luna y el Sol en diferentes épocas del año. Para mucha gente en estas culturas, predecir el comportamiento de los astros significaba acceder a una verdad de carácter religiosa.
Aristóteles pensaba que la Luna estaba envuelta en una esfera enorme, junto con los otros planetas y estrellas, que se movían alrededor de la Tierra. Estos planetas estaban compuestos de un quinto elemento: éter. En el modelo aristotélico estas esféras eran una impenetrable barrera entre nuestro mundo y el reino de lo divino. A partir de esta perspectiva la Luna puede definirse como un objeto, aunque su naturaleza la divorcia de la comprensión humana, volviéndola completamente inaccesible. Ambas de estas cualidades excluyen a la Luna de ser considerada un ‘lugar’.
El astrónomo alemán, Johaness Kepler, construyo a partir de la hipótesis copérnica que el Sol, no la Tierra, era el centro de nuestro sistema. Galileo, a través de su telescopio, reveló la superficie imperfecta y escabrosa de la Luna. Las ilustraciones del astrónomo mostraban con detalle las texturas y sombras que veía a través de su lente.

John Wilkins evidenció que la Luna tiene un cuerpo sólido, que hay montañas, valles y una atmósfera. Interpretó las manchas oscuras como océanos, imaginaba que aquel mundo no tenía propósito de haber sido creado por Dios sin la intención de albergar vida. Para Wilkins esto implicaba que la Luna debía estar habitada.
Fue el cartógrafo alemán Johan Tobias Mayer, ‘padre de la cartografía lunar’, quien a partir de un micrómetro tomó mediciones para marcar coordinadas precisas de la Luna, incluyendo lineas de longitud y latitud. En este punto mapas de la Luna empezaban a parecerse a los de la Tierra.

Siendo un lugar tangible y un posible destinatario, el novelista Julio Verne comenzó a escribir sobre viajes a la Luna. Películas de la industria fílmica francesa retrataban el aterrizaje lunar. Sin embargo, en la década de 1950, los científicos seguían sin determinar la certeza de la teorías geológicas, tenían mapas y nombres, pero dentro de la comunidad científica no se aceptaban todavía.
El 25 de mayo de 1961, el presidente estadounidense John F. Kennedy anunció el programa Apollo: una misión para mandar a humanos a la Luna. Los astronautas no estaban particularmente interesados, pero para geoscientificios esta evidencia lo era todo. Las fotografías y muestras que regresaron con Apollo fueron las pruebas necesarias para comprobar la ‘verdad fundamental’ de las teorías lunares.
Hay más maneras de explorar que tener las botas sobre la tierra. La robótica ha avanzado considerablemente desde Apollo, ampliando nuestro rango de búsqueda. Mientras la expansión humana por el espacio se acelera, nuestras vistas sobre el pasado seguirán dándole forma a nuestras exploraciones, y consecuentemente, las narrativas que se tejen con ellas.