
Más que la palabra, la escritora Cristina Rivera Garza ha recurrido al sentido del tacto para lograr efectos de cercanía y presencia en sus libros recientes. Para la también integrante de El Colegio Nacional, en el contexto de los nuevos materialismos, este sentido del tacto es de los menos explorados en ámbito de la escritura.
“Vivimos en una sociedad para la cual la mirada es fundamental y muchas veces, cuando hablamos del detalle sensorial que apela a nuestros sentidos, es muy fácil confundir eso nada más con la mirada, a veces con el olfato, pero el sentido del tacto, un sentido que los amantes aprecian mucho pero que los intelectuales no tanto y deberían, a últimas fechas ha cobrado muchísima relevancia”, ha dicho la colegiada.
Cristina Rivera Garza continuará con la nueva sesión del ciclo Táctil. En esta nueva conferencia, a la que tituló “Duelo y traducción”, la autora abundará en el hecho de que, incluso al escribir en español, se opera un cierto “modo de traducción”, pues cada día revisaba lo escrito con el idioma inglés en mente, como si el dolor exigiera un diálogo entre lenguas para verse narrable. La lección se llevará a cabo mañana martes, a las 18 h, en el Aula Mayor de El Colegio Nacional (Donceles 104, Centro Histórico, CDMX). En la víspera de esta nueva sesión, compartimos algunas reflexiones en torno al duelo, justicia, tacto y escritura en El invencible verano de Liliana (Penguin Random House, 2021).
El peso de lo intangible
Cristina Rivera Garza ha declarado que “todos los libros son personales”; sin embargo, en El invencible verano de Liliana, la herida que narra permanece abierta y profunda, extendiéndose más allá del verano hasta impregnar todas las estaciones del año.
En la última sesión del ciclo, “Los archivos de la respiración”, la autora recordó que, en enero de 2019, decidió buscar una libreta de direcciones o alguna pista para contactar a los viejos amigos de su hermana, Liliana Rivera Garza.
Liliana fue asesinada el 16 de julio de 1990 en la Ciudad de México por su exnovio, Ángel González Ramos, quien, tras cometer el crimen, huyó y hasta la fecha sigue prófugo, pese a la orden de aprehensión en su contra. “Nada podría empezar otra vez sin nombres exactos, direcciones específicas y un nuevo recuento de los hechos”, afirmó Rivera Garza, al considerar la posibilidad de reabrir un caso que, con los años, se había desvanecido sin justicia.La escritura de este libro no fue un proceso solitario. Rivera Garza reconstruyó la vida de su hermana a través de diarios, cartas y documentos oficiales, de ahí que ella misma llame a su hermana coautora de la obra. En su búsqueda, Rivera Garza revisó las cajas que contenían las pertenencias de Liliana, intactas por 30 años. Entre cartas, notas y cuadernos, encontró “algunos papeles que habían sido doblados con mucho cuidado, formando delicadas figuras de origami” que, al desplegarse, parecían volar. Para ella, aquello fue “una broma festiva de Liliana; una celebración. Su regreso”.
En 2001, mientras vivía en Houston, Rivera Garza viajó a México para recuperar estas memorias .“Puse estos documentos en una maleta, me la traje a casa y aquí me di a la tarea, como un rompecabezas, de ir poniendo cada una de sus piezas en un lugar en que fueran visibles para mí, organicé desde notitas, hojas sueltas, sobres, cuadernos, un gran ramo de documentos; lo transcribí todo, pues no quería que se me perdiera nada y decidí, como lo hice en mis últimos trabajos, qué iba a ser lo que hago ahí, que es seguir las exigencias, la premisa, el reto de mis materiales, entonces, iba a seguir la voz de Liliana a donde me llevara. Gracias a eso, pudimos conseguir los datos, mi marido, Saúl Hernández Vargas, me ayudó a contactar con los amigos de Liliana; con las otras voces y la memoria de estos amigos compuse otra parte del libro, siguieron familiares, mis padres, pero todo eso muy orgánicamente atado, de cerca, a mi coautora, a lo que ella también estaba decidiendo desde hace treinta años, a establecer sus archivos, a seguir su propia forma de enunciación”.
Ese día, al leer durante horas, sintió la presencia de su hermana. “Esto que toco ahora, me dije, fue tocado por Liliana 30 años atrás, no hay nada entre ella y yo ahora mismo, sus huellas y las mías, juntas, recibiéndose una a la otra”. El tacto se convirtió en un vínculo esencial: “El tacto es nuestra casa”.
A medida que avanzaba en la escritura del libro, ganador del Premio Pulitzer 2024 a la Mejor Memoria o Autobiografía, comprendió que la justicia no solo se encontraba en el ámbito legal, sino también en la construcción de la memoria. Su búsqueda la llevó a conectar con otras familias que, como la suya, habían sido atravesadas por la violencia feminicida y luchaban por recordar a sus hijas, hermanas, madres y amigas más allá de las cifras oficiales. Así, la escritura se convirtió también en un acto de justicia restaurativa, un proceso continuo que sale de los tribunales y se ancla en la reivindicación de las víctimas como personas con historias, sueños y afectos. Para Rivera Garza, la memoria colectiva no solo honra a quienes fueron silenciadas, sino que también pone el dedo sobre la llaga de la injusticia para mostrarnos también que la esperanza puede llegar de distintas formas.
El proceso de escritura no solo revivió la memoria de Liliana, sino que también evidenció la negligencia de las instituciones mexicanas frente a los feminicidios, pues la investigación que llevó a cabo la autora expone las fallas del sistema judicial.
En términos legales, en México el feminicidio se tipificó en 2012 en el Código Penal Federal. Según esta legislación, un asesinato se considera feminicidio cuando la víctima presenta signos de violencia sexual, lesiones degradantes, antecedentes de amenazas o acoso, o si el cuerpo es exhibido en espacios públicos. El término cobró relevancia en la década de los 90 con los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, Chihuahua, y desde entonces, la violencia contra las mujeres ha sido un problema creciente en todo el país. Sin embargo, la definición de este escalofriante término sigue siendo motivo de controversia. Instituciones como la RAE lo definen simplemente como “el asesinato de una mujer a manos de un hombre por machismo o misoginia”, dejando a un lado todos estos detalles que, en repetidas ocasiones, entorpecen las investigaciones y agravan la condición de las víctimas.
En el contexto político actual, El invencible verano de Liliana adquiere una relevancia aún mayor. El feminicidio de Liliana Rivera Garza no es solo una tragedia personal, sino una manifestación de una crisis de violencia de género que se ha recrudecido en México en las últimas décadas. En un país donde diariamente son asesinadas entre 10 y 11 mujeres, la historia de Liliana es el reflejo de muchas otras vidas arrebatadas y de una sociedad que ha normalizado la violencia feminicida.
Rivera Garza no solo escribe desde el dolor, sino desde una postura de resiliencia con sed de justicia. Su libro no es una simple crónica de los hechos, sino un acto político que busca incidir en la memoria colectiva y en la lucha contra la impunidad a través de la materialización de lo aparentemente intangible: el duelo y la pérdida.
En sus presentaciones y entrevistas, la autora ha subrayado la importancia de nombrar a las víctimas, de recordar sus historias. La escritura de El invencible verano de Liliana es un recordatorio de que el duelo, cuando se comparte, puede convertirse en una herramienta de cambio social. No solo desafía al olvido, sino que transforma el proceso emocional, político y burocrático en un camino hacia la justicia y en una denuncia al sistema que perpetúa la impunidad de estos crímenes.