En un esfuerzo por ordenar y unir lo desunido, la fe ha vertido su luz sobre algunas de nuestras inquietudes más grandes como especie: La vida, la muerte y la suerte.
Desde que el mundo es mundo, la religión ha sido parte indisoluble de cuantas culturas se han gestado alrededor del orbe y, a medida que maduramos, la impronta material de la fe, es decir, las iglesias, templos y sitios de peregrinaje, engrosan nuestro patrimonio cultural.
El reino de Guadalupe
Ya desde tiempos prehispánicos, el cerro del Tepeyac, sitio en el que hoy se encuentra La Villa, era suelo sagrado para los indígenas. En sus nubladas alturas los aztecas solían rendir culto a Tonantzin, pero en diciembre de 1531, según la tradición de la iglesia católica, la hierofanía sorprendió a un indio llamado Juan Diego.
Frente a este hombre, de estirpe chichimeca, se reveló una virgen morena que le encomendó anunciar su presencia al obispo, Juan de Zumárraga, a razón de que le fuera ofrendado un templo en el lugar. La sola palabra del indio no bastó para convencer al clérigo, por lo que la virgen dejó impresa su imagen en el manto de fibra de agave que Juan Diego llevaba por ayate.
Es este retrato el que se venera con gran fervor en la Basílica de Guadalupe; la virgen en él plasmada fue proclamada, por la Iglesia Católica, patrona de México en 1737.
El recinto mariano más famoso del mundo
Pedro y Pablo no aguardan en las puertas de La Villa, pero sí lo harán los ondeantes pabellones de México y del Vaticano. Al entrar al Atrio de las Américas, la gran explanada que recibe a los visitantes, se alzan ante el visitante dos grandes construcciones, se trata de la nueva y la antigua basílica.
La segunda data del siglo XVII y es obra de Pedro de Arrieta; neoclásica, con torres octogonales, ornamentada en talavera y habiendo sufrido un atentado por bomba en 1921, evento previo a la Guerra Cristera, esta antigua basílica resguardó la milagrosa tilma de Juan Diego hasta 1976.
La nueva basílica, que destaca inconfundible por su forma circular y brillo turquesa, ocupa el extremo izquierdo del Atrio de las Américas desde 1976.
Arquitectos como José Luis Benlliure, Pedro Ramírez Vázquez y Javier García Lascuráin, concibieron el amplio templo y le dotaron de una estética tal que aparenta yacer bajo un gran manto, el de la Virgen de Guadalupe.
Cálidos vitrales, una acústica propia de odeón y cientos de áureos ornamentos, terminaron de alistar el trono para esta ilustre virgen de la hispanidad, del mestizaje, de México y de América.
Pero las basílicas son solo dos de las seis construcciones que puntean el sagrado terruño.
Ex-Convento de las Capuchinas
En 1797 las capuchinas de Santa María de Guadalupe se instalaron en este edificio anexo a la Antigua Basílica, a los pies del cerro. Del convento se cuentan muchas historias, se dice que, en los albores de la Colonia, las capuchinas hacían el chocolate caliente más sabroso de todo el virreinato y que durante la Guerra de Reforma, aquí se protegió, a piedra y lodo, el sagrado ayate de Juan Diego.
Los restos mortales del obispo
Allende el atrio se ubica la Capilla de los Indios; de 1649, es la más antigua de todo el lugar. Aquí estuvo la imagen de la virgen de 1695 a 1709 y es también el lugar de descanso de los restos de Juan de Zumárraga, el incrédulo obispo de la Ciudad de México en tiempos de Juan Diego.
La mejor vista de la Basílica
En lo más alto de este fuerte mariano, la Capilla del Cerrito conmemora, desde 1666, el milagro de la virgen. En el interior, la pedagogía de las imágenes, doctrina característica de la Iglesia colonial, plasmó una serie de murales destinados a educar en la fe a la población nativa.
Monjas carmelitas gestionan hoy la capilla y el histórico cementerio que se postra a sus espaldas, mismo que erige monolíticas lápidas de la época colonial y de los primeros años de la república.
El último sorbo de Morelos

En 1791 Francisco Guerrero construyó la Capilla del Pocito alrededor de un manantial. La leyenda atribuía poderes curativos y milagrosos al agua que de aquí se extraía, cientos de enfermos y afligidos, dolientes y faltos de esperanza acudían a sus bordes en busca de salvación y curación.
Antes de ser trasladado a Ecatepec, lugar en el que fuera fusilado, José María Morelos, prócer independentista, pidió a sus captores que le permitieran visitar el lugar en 1815, como un último acto de humanidad.
Un 12 de diciembre
La Villa es una de las capitales religiosas más importantes del continente. Alexander von Humboldt la visitó en 1803, Maximiliano y Carlota rezaron aquí, en más de una ocasión, durante su efímero sueño imperial y los presidentes de la república, en funciones, acudían a postrarse ante la virgen hasta que la Constitución lo prohibió, en 1867.
A la luz de la historia contemporánea, cada año el atrio aglomera a cerca de 20 millones de visitantes. Entre curiosos y peregrinos, este santuario es solo superado, en afluencia, por la Basílica de San Pedro, en el Vaticano.
Cada 12 de diciembre, aniversario de ese milagro matinal, la Villa de Guadalupe se inmola entre la fe de un país entero que comulga en el culto de esta poderosa virgen, cuya imagen ya reconocemos como parte de la mexicanidad.
La Catedral de Xochimilco

Un gran salto desde la Villa, al norte, y hasta el sur de la ciudad, sitúa ahora en los siempre verdes y frescos parajes xochimilcas.
Entre sus característicos ahuehuetes, el Centro de Xochimilco ostenta, en su cabecera, una catedral que data del año 1600 y que, desde 1932, presume el título de monumento nacional.
La Catedral de San Bernardino de Siena cobija al peregrino con la exuberante vegetación de entre trópicos que colma su atrio.
La luz de la tarde le sorprende desde el poniente y rebota sobre su fachada; bañada en cremosos amarillos, ésta evoca las tonalidades de un sol toscano y trae a la mente al floripondio, ese curioso hechizo que demarca las riberas de Xochimilco. Al interior, la nave principal del templo exhibe un retablo de rara afinidad plateresca, tan singular que el más parecido se halla solo en Huejotzingo, Puebla.

Los dorados motivos que engalanan a los santos se hallan marchitos frente al polvo y el añejamiento, pero reciben los vívidos influjos de decenas de haces de luz que atraviesan la bóveda. Guiados a través de claraboyas y lucernarios, vitrales y tragaluces, los cálidos rayos solares resucitan la entera paleta de colores de la catedral.
Resulta en extremo difícil desasirse de la honda calma del recinto para salir al torbellino de la vendimia en el mercado de xochimilco, al frenesí de los remates florales y al antojasón de las garnachas.
La gran obra inacabada
La Catedral Metropolitana demoró casi 300 años en edificarse hasta el punto en el que se encuentra hoy en día, la primera piedra, y su consagración a San Felipe de Jesús y a la Asunción de María, se colocó en 1571. Para 1813, se dijo que la última etapa de su construcción estaba completa.
Este monumental santuario, de cinco naves y dieciséis capillas laterales, reúne las cinceladas de al menos cinco arquitectos conocidos, entre ellos Manuel Tolsá.
La Catedral también aglomera las cualidades estéticas de diversos estilos arquitectónicos como el gótico, el barroco, el plateresco y el neoclásico.
Cantera, tezontle, chiluca y basalto sostienen y dan cuerpo a dos pesados campanarios de casi 70 metros de altura y, con tres decenas de campanas, entonan ocasionalmente el preludio a la sagrada misa.
A un lado, el Sagrario Metropolitano, edificado en 1768, evidencía el típico miedo al vacío propio del barroco, pues su arquitecto, el español Lorenzo Rodríguez, insufló recargados conjuros churriguerescos a su bella fachada.
La bóveda de arte de Coyoacán

El Ex Convento y la Iglesia de San Juan Bautista, en Coyoacán, fueron diseñados y construidos, en 1522, por Fray Juan de la Cruz. Hoy en día, la Iglesia posee los predios que corresponden, muy estrictamente, al templo y al convento, pero alguna vez, el parque de Coyoacán y el Jardín Hidalgo formaban parte de sus jardines y huertos.
Los grandes arcos que se plantan de frente al inicio de la calle de Francisco Sosa, en el extremo oeste del parque de Coyoacán, y pasando la fuente de los coyotes, marcaron por entonces la entrada a este sacro dominio.
Visualmente, la iglesia no escapa de los rígidos estamentos barrocos, vigas de cedro sostienen el techo del convento y columnas dóricas apuntalan los arcos que dan forma a un bello jardín interior.
Con impresionantes marcos dorados, que penden sobre los feligreses, la nave central del recinto narra una historia pictórica del proceso de evangelización, a través del mundo conocido, por los apóstoles.
Emotiva modestia

Como primer solar de Cortés en la Ciudad de México, sobre el señorío de Coyohuacan se consagraron diversas capillas y ermitas que orbitan alrededor de la Iglesia de San Juan Bautista.
Una de tales capillas es la de Santa Catarina, concluida hacia el siglo XVII, esta modesta estructura se levantó como una parroquia indígena.
Por su advocación a Santa Catarina, mártir cristiana que destacó por su gran inteligencia, la capilla fungió durante décadas como eje de la enseñanza en la fe para cientos de indígenas de la zona. A la capilla le rodea una rocosa plaza salpicada de liquidámbares y demarcada por restaurantes, cafés y una casa de cultura que le infunden vida cada fin de semana.

Llegada la Semana Santa esta modesta parroquia es un imperdible para la visita de las siete casas en Coyoacán.
Un hito judío en Justo Sierra
Aunque mayoritario, el culto católico romano no es el único que satura la atmósfera capitalina con rezos y oraciones. A los efluvios de la fe cristiana se suman cientos más, como aquellos de la comunidad judía de México.

En el Centro Histórico de la Ciudad de México, en la calle de Justo Sierra, la Sinagoga Nidje Israel oficializó la presencia judía en nuestro país en 1941, siendo ésta su casa embrionaria. Hoy, se llama Sinagoga Histórica Justo Sierra 71 y está abierta a todo aquel que desee conocer un ápice de la historia de los judíos mexicanos, devenidos, en su mayoría, de ancestros migrantes de Europa del este.
Estrellas de David, una menorah y mezuzot en los marcos de cada puerta, además de una bimá, algo similar al púlpito en las iglesias católicas, son algunas de las ornamentadas figuras que se ven aquí.
Pese a que los rezos y las fiestas ya no son eventos comunes en este sitio, el lugar no abandona su carácter sagrado.

Los primeros ritos en esta sinagoga se desarrollaron en la misma línea temporal de la Segunda Guerra Mundial. La comunidad judía europea, consanguíena de los judeomexicanos que construyeron Nidje Israel, padecía la guerra y el genocidio mientras, desde aquí, se elevaban las plegarias de sus hermanos.