Desde los años cincuenta del siglo pasado, la Ciudad de México fue poseída por un frenesí constructor sin precedentes. El gigantismo acaparó los trazos y la imaginación de la escuela arquitectónica mexicana.
En aras de figurar entre las poderosas megalópolis del planeta, la CDMX fue presa de una destrucción creativa que se propuso asaltar el cielo y hacer de esta ciudad, en el fondo de una cuenca, tan alta y fuerte como sus pares más vanguardistas. En palabras de Serge Gruzinski, uno de los más célebres enamorados de nuestra capital, México demostró ser capaz de construir una modernidad que sabe resistir al tiempo.
La huella del Milagro Mexicano

Pocas veces reparamos en el verdadero significado que ostenta la Latino en el paisaje de la CDMX. Literalmente marcando el cénit del Centro Histórico, esta torre, inaugurada en abril de 1956 tras ocho años de construcción, materializó el creciente dinamismo urbano de la ciudad en un afán por incorporarse al ímpetu modernista que vestía a las ciudades del norte global.

Con 45 pisos que consiguen rasgar el cielo hasta el día de hoy, la Latino se convirtió en un símbolo de progreso a la mexicana.
Oficinas, corporativos, museos, salas de exposiciones y miradores, coexisten al interior de la torre mientras esta no para de irrigar a la ciudad con señales de radio, televisión y telefonía. La torre es el faro de la cotidianidad en la zona centro la ciudad.

La Latino quebró la horizontalidad que aún dominaba al urbanismo de su época, la verticalidad inaugurada con este rascacielos instalaría en la psique de la población la noción de progreso norteamericana: la del ascenso, la de la cima.
La Latino y los sismos
Su armazón y cimientos son fruto de las investigaciones de Augusto H. Álvarez y Leonardo Zeevaert, ambos revistieron a la torre de una proeza técnica tal que ha conseguido salir indemne de tres terremotos, 1957, 1985 y 2017.
A 182 metros de altura la Latino es un hito en la historia de la arquitectura e ingeniería mexicanas, ambas escuelas que han debido adaptarse a nuestros potentes y trepidantes suelos.
Vidrio y aluminio son todo lo que se puede ver a simple vista, pero por debajo la torre se apoya en 361 pilotes a 33 metros de profundidad y en una estructura de acero que da forma a tres sótanos.
La Latino posee un sistema de inyección de agua bajo la cimentación, esto evita la inclinación de la torre a medida que los edificios aledaños padecen de esta condición.
La innovación que la sapiencia arquitectónica mexicana supo maquinar para la Latino ha merecido que esta sea considerada como uno de los edificios más seguros jamás construidos sobre un emplazamiento potencialmente peligroso.
Nuestro Empire State Building, la Torre Latinoamericana, está catalogada por el INBA como Monumento Artístico.
Torre Insignia

Mario Pani se encargó de la construcción de esta torre de 127 metros de altura y 25 niveles, una de sus obras más icónicas e innovadoras.
La edificación de este rascacielos demoró cuatro años, 1958 a 1962, y a su término se instaló allí la sede del entonces Banco Nacional de Obras Públicas, Banobras.
Desde lo alto, la torre de Banobras destaca sobre la ciudad gracias a su forma, un prisma triangular que fue el segundo edificio más alto de la urbe capitalina, mientras la Latino aún ocupaba el primer puesto.
Tras el terremoto de 1985 la reputación del funcionalista Pani quedó muy afectada, el colapso de algunas de sus obras en la vecina Unidad Habitacional Nonoalco-Tlatelolco fue motivo suficiente para que la Torre Insignia quedara en el abandono a pesar de no haber sufrido daño alguno a causa del sismo. Los amortiguadores sísmicos que Pani incorporó a la torre la mantuvieron en pie.
En 2007 se subastó el edificio para ser adquirido y remodelado en 2011 por Cushman-Wakefield, una firma inmobiliaria estadounidense que le renombró como Corporativo Tlatelolco.
Este grandioso palomar también guarda un bello obsequio que Bélgica envió a México con motivo de su inauguración. Se trata den un carrillón de 26 toneladas que fue empotrado en la cima del rascacielos y que, al menos hasta 1993, solía anunciar la puesta de sol con el repicar de 47 campanas de bronce.
Orgullo y fortaleza

Con 211 metros de altura, 54 niveles, 2 sótanos y 110 mil toneladas, la Torre Ejecutiva Pemex fue el magnífico coletazo del boom petrolero mexicano.
En este periodo, situado según la historiografía mexicana entre 1979 y 1982, el descubrimiento de nuevos yacimientos de hidrocarburos y el flujo de capitales externos, eran una esperanzadora constante paras las arcas nacionales.
Como uno de los frutos de esta bonanza, Roberto Ramírez Guevara, ingeniero civil, y Pedro Moctezuma Díaz Infante, arquitecto, comenzaron los trabajos de construcción de la torre en 1979.
Apegada a un diseño internacional, la torre pretendió ser el primer edificio inteligente de México.
La Torre de Pemex probó, por primera vez en el país, el Building Managment System, un programa que permitiría controlar el equipamiento de todo el edificio desde un único centro de mando, elevadores, sistemas de aire acondicionado, accesos, instalaciones eléctricas y contra incendios, todo estaría integrado.
Marcos de acero caracterizan el diseño estructural de la torre y 164 pilotes, a 32 metros de profundidad, se colocaron en consonancia con 90 amortiguadores sísmicos. El edificio se asume inmune a sismo de hasta 8.5 en escala Richter, como uno de los más resistentes del mundo, probó con éxito su condición de titán y afrontó con honores los 8.1 grados de 1985, apenas una años después de inaugurada. El movimiento telúrico de 2017, de 7.1 grados tampoco le perturbó.
A lo largo de 19 la Torre Ejecutiva Pemex reinó como Urano sobre la CDMX, hasta que la Torre Mayor le superó en altura con 230 metros, colocándose en 2003 como la más alta sobre la ciudad.
El Dorito

Tal es el nombre que la idiosincracia chilanga ha otorgado a la Torre Virreyes desde que fuera inaugurada en 2014.
El icónico trapecio invertido marca hoy el punto de entrada hacia el poniente de la CDMX y hacia Lomas de Chapultepec.
Más allá de su atrevido diseño, los 28 niveles y 125 metros de altura que exhibe, la característica más relevante de la torre estriba en sus ingrávidos 60 metros de volado, un verdadero desafío para la ingeniería estructural.
Teodoro González es el autor del Dorito y su obra ha sido catalogada como símbolo de la arquitectura contemporánea mexicana.
Contra eventos de riesgo sísmico, el edificio extiende echa raíces hasta en 16 niveles subterráneos y cuenta con un sistema de torsión diferenciada que permite el movimiento de los pisos inferiores hacia la parte posterior de un núcleo de concreto, al mismo tiempo, las plantas superiores se mueven hacia el frente, amortiguando la sacudida completa y liberando la fuerza acumulada. A la flexibilidad del edificio se agregan marcos de acero a lo largo de ambas caras, mismos que acentúan la resistencia del complejo.
Arquitectura ecléctica mexicana

Ricardo Legorreta Vilchis y Richard Rogers, reforzados por una pléyade de ingenieros estructurales, trabajaron sobre el diseño y la construcción de la Torre BBVA de 2009 a 2016, el año de su inauguración.
La torre fue concebida para albergar las operaciones concernientes a México y Latinoamérica del banco español BBVA. Todo, desde las entrañas de este magnífico rascacielos de calca posmoderna.
Heterodoxa, la torre se alza en 60 pisos, siete niveles de estacionamiento subterráneo y en un total de 235 metros de alto.
Frente a la sismicidad, la torre despliega un hercúleo hechizo que consiste en seis megacolumnas, visibles a pie de calle, cuyo interior rebosa en hormigón armado y que se reparten el peso de la torre.
Al sansonismo de la torre se suma una serie de macromarcos que envuelven el edificio. En forma de cuña y abarcando tres pisos cada uno, los macromarcos presumen absorber la energía de un eventual sismo para redireccionarla hacia la cimentación, que ronda los 50 metros de profundidad.
La tarea de las columnas y de los marcos en conjunto descansa en dotar al edificio de la movilidad y elasticidad necesarias para evitar que el edificio se quiebre, se rompa o sufra daños que comprometan su capacidad para mantenerse erguido y en equilibrio.
Sostén de la bóveda
Tales son las cariátides de la Ciudad de México, sobrias y firmes frente al paso del tiempo, testigos mudas de los destinos de la ciudad, altas para servir de hitos y referencias.