
El alma de la Ciudad de México oscila entre un pasado colonial y un gusto adquirido por lo cosmopolita y la vanguardia.
El bello mosaico que esta característica ha creado en la capital nos regala así una vasta cantidad de barrios decimonónicos a visitar cada vez que el hastío y las prisas obligan a dar un paso atrás.
Estos cantones alguna vez fueron identificados como el cinturón campestre y barroco de una ciudad que, poco a poco, cedía terreno a la modernidad. San Ángel, Tlalpan, Chimalistac y Mixcoac fueron los lugares de veraneo favoritos para la sociedad mexicana de finales del siglo XIX.
Tierra firme

Desde los años coloniales de la ciudad, Tlalpan gozó de un cierto grado de autonomía administrativa gracias a la alianza que sus indígenas concertaron con las huestes de Cortés durante el proceso de conquista.
Fruto de tal autonomía, el Centro de Tlalpan creó, y mantuvo hasta hoy, una serie de atractivos culturales y arquitectónicos que merece la pena conocer y disfrutar.
Huellas franciscanas y dominicas

Como todos los barrios coloniales de la ciudad, éste es suelo consagrado.
El Templo de San Agustín, a él ofrendado por haber llegado los franciscanos a este terruño un 28 de agosto, es en realidad un complejo de tres naves de estética barroca que comprende una ermita, una iglesia principal y un monasterio.
Todo el complejo fue construido de 1532 a 1647, terminando bajo la administración de los dominicos.

Mercado de La Paz
Como uno de los mercados públicos más longevos de la ciudad, el Mercado de La Paz destaca entre la atmósfera colonial gracias a su ya moderna combinación entre ladrillo rojo y roca basáltica.
El mercado fecha su construcción durante los progresistas años del porfiriato, 1898, para ser exactos. En aquellos años, los campestres lares como el barrio de Tlalpan resonaban entre la población del centro de la ciudad como prometedores emplazamientos para sus aspiraciones comerciales.
De ahí que el Mercado de la Paz fuera una iniciativa del industrial y político Leopoldo Hurtado Espinosa, de quien se dice fue el propietario de La Colmena, una famosa tienda de telas que surcó la actual calle de Pino Suárez, en el Centro Histórico.

Porfirio Díaz protagonizó la ceremonia de inauguración de este mercado en noviembre de 1900.
Museo de Historia de Tlalpan
Este museo se gestó, desde 2003, dentro del casco de una casona que data de 1874.
Aunque la casona se construyó de forma privada y su propietario original vivió allí hasta los primeros años del siglo XX; el predio alguna vez fue propiedad de la iglesia de San Agustín.
Como ocurrió con muchas de las posesiones del clero en la ciudad, la Iglesia perdió el dominio de estos terrenos a causa de las Leyes de Reforma, por ahí de la primera mitad del siglo XIX. Ya en nuestro siglo, y tras un breve periodo en el que fuera habitada por Heriberto Frías, magnífico periodista, la casa fue adquirida por la alcaldía, misma que aún gestiona el museo.
La museografía del lugar recorre la historia de la localidad, desde lo alusivo a los asentamientos prehispánicos de Cuicuilco, hasta la época de la actividad industrial en Tlalpan. Las fábricas de papel aledañas a su bosque, el Parque Nacional Fuentes Brotantes y el evento de la primera llamada telefónica de larga distancia en el país, en 1878, son otros importantes temas para el museo.
Casa Frissac
Esta casona, de talante neoclásico porfiriano y afrancesado, es hoy un centro cultural y de arte. Con más de dos siglos en pie, la antes propiedad del banquero y expresidente del Ayuntamiento de Tlalpan, Jesús Pliego Frissac, ha visto desfilar por sus jardínes y pasillos a varias y notables figuras históricas.
Luego de que Frissac y su familia abandonaran la casa, por las convulsiones de la Revolución, el sitio quedó abandonado y en decadencia hasta que el expresidente Adolfo López Mateos compró la propiedad en los años cincuenta.
Acá también se instaló, de 1966 a 1970, la entera y acerera figura de Javier Barros Sierra, rector de la UNAM durante los nefastos eventos de 1968.
Luis Buñuel también echó mano de la casa en 1950 para filmar aquí unas cuantas tomas de Los olvidados y hasta Chucho el Roto, memorable estafador, cuenta por aquí algunas muy noveladas e inverosímiles andanzas.
Tenanitla

Los pedregales de San Ángel revelan su antiguo nombre: “lugar amurallado”, sin embargo, el periodo colonial, y más tarde el porfiriato, terminaron por renombrarle y colocarle en el centro del recreo y la distinción entre los barrios veraniegos de la ciudad.
Templo y Exconvento del Carmen
Habitado y administrado por carmelitas y dominicos, a destiempo, todo el complejo data de 1615; es una de las iglesias mejor conservadas de toda la ciudad.

El atrio del templo ostenta una bella cruz que antes se ubicó en la huerta del convento, mismo que llegó a presumir hasta 13,000 árboles frutales en su mejor momento.
Al día de hoy el templo aún ofrece misas, pero el convento se transformó, desde 1955, en un magnífico museo que exhibe arte sacro y virreinal, además de una colección de momias.
San Jacinto: De la guerra al arte
Esta plaza es el eje del Barrio de San Ángel, le orbitan restaurantes, galerías y el famoso Bazar del Sábado, así como la ilustre Biblioteca de las Revoluciones de México.
Aquí, donde tras la batalla de Churubusco en 1847, los irlandeses del Batallón de San Patricio fueran ahorcados por el ejército estadounidense, pululan coloridas las obras de cientos de artistas plásticos que ofertan sus trabajos cada fin de semana.

Como dato urbanístico a relucir, aquí estuvo la primera estación de tranvías de la Ciudad de México a principios del siglo XX, durante el porfiriato.
Casa del Risco
Este museo se halla en una bella mansión del siglo XVII espléndidamente conservada. La casa fue donada en 1958 por Isidro Fabela y su esposa Josephine.
La mansión alberga exposiciones temporales y, para hacer honor al pasado colonial del barrio y a su herencia mestiza, exhibe una colección permanente de arte barroco y moderno de artistas mexicanos.
Joya de San Ángel
En la parte alta de San Ángel, como corresponde a las gemas de mayor brillo, se encuentra la parroquia de San Jacinto.
Esta iglesia, construida en basalto, cantera y cantos rodados a finales del siglo XVI, se rodea de un jardín con bellísimas perspectivas, cargado de bugambilias, jacarandas, trepadoras y arbustos que crean su propio clima y refrescan el aire.
El sitio es altamente fotogénico y ofrece un idílico escape de los decibeles citadinos en compañía de una amena lectura.
Mixcoac

Con una gran “serpiente de nubes” como montura o bien, en Metrobús, algunos minutos de viaje hacia el norte, desde San Ángel, desembocan en el Barrio de Mixcoac.
Este cantón es el péndulo entre la calma campirana a lo colonial y la urgencia moderna que legó la noción de progreso porfirista.
Santo Domingo de Guzmán
Lilas y violetas nubes de jacarandas custodian la entrada a los jardínes de este sacro y neoclásico templo.
Árboles, arbustos e intenso petricor son los teloneros en el atrio de esta añosa parroquia.
El edificio y su claustro colorean el barrio desde 1595 y, desde que franciscanos y dominicos consagraran el lugar, la Virgen de Guadalupe, un dorado Cristo y San Juan, dominan la metafísica de este espacio.
Muchos mundos posibles
Una colosal casona porfiriana, ubicada en el corazón del barrio, alberga la Biblioteca IBBY-México.
Este palacete es hoy el alcázar de la lectura infantil, una biblioteca dedicada por entero a las infancias y a los poderosos imaginarios que les rodean.
Centro Cultural Juan Rulfo

Como muchas de sus coetáneas figuras, este edificio emana de la gobernanza porfirista como sede de la prefectura de Mixcoac.
En pie desde 1900, el lugar fue testigo de los juicios en contra de los autores materiales e intelectuales del asesinato de Álvaro Obregón en 1928, muy cerca de San Ángel.
La casa, cuyas paredes exhiben algunas pinceladas de Francisco Othon Eppens, se dedica a la cultura desde 1975.
El escudo blanco
Terruño aledaño a San Ángel, cierra el recorrido por los barrios decimonónicos con broche de oro.
La historia de Chimalistac surca más de quinientos años entre verdes y fértiles episodios precolombinos, el establecimiento de las órdenes monásticas en su lecho, la colonia, las Leyes de Reforma y el porfiriato.
De todo ello existen huellas que terminan por crear en Chimalistac una colcha de retazos con un encanto único y digno de cuento. Entre ermitas, casonas, fuentes e interesantes relatos, el barrio es un escape imperdible en la ciudad.
Los puentes
Quizá lo más icónico de este barrio sean los añosos puentes que sortearon alguna vez las poderosas aguas del río Magdalena. Desde el siglo XVII son el depósito de un sinfín de anécdotas y leyendas, desde aparecidos, hasta relatos que los sitúan como un foco de inspiración para artistas como José María Velasco.
Santo patrono
El alma del barrio está consagrada a San Sebastián Mártir. La capilla que se levantó entre el pedregal lleva su nombre y se menciona por primera vez en 1553.
La famosa cruz de su atrio y las plazuelas que le guardan a los flancos, todo delimitado por las bellas y rígidas fachadas de las casas aledañas, asemejan este punto a una decorosa ciudadela provinciana.

La Bombilla
Desde la Plaza Federico Gamboa, que rodea la Capilla de San Sebastián, se llega al parque de La Bombilla. En los años veinte del siglo pasado, sobre este sitio se ubicó un muy famoso restaurante de atmósfera campestre y clientela particular.
En 1928, el restaurante fue escenario de un magnicidio, el de Álvaro Obregón, pero hoy el lugar es un bello híbrido, entre plaza y parque, ideal para descansar y escapar de los desvaríos que provoca el sofocante verano.