
Siempre presente en el discurso público a la hora de evaluar el desarrollo, el Producto Interno Bruto “es un muy mal indicador de bienestar”, afirmó el filósofo Jorge Oseguera Gamba, miembro del Centro de Investigación en Ciencias Cognitivas (CINCCO) de la UAEM, durante el conversatorio “Percepción, arte y bienestar: miradas desde las ciencias cognitivas”.
La mesa, coordinada por el poeta y ensayista Vicente Quirarte, miembro de El Colegio Nacional, también contó con la participación del doctor en Filosofía y Ciencias Cognitivas, Juan Carlos González, y la historiadora del arte y periodista cultural María Helena González López.
El PIB, señaló Oseguera en el Aula Mayor de la institución, “sigue en nuestro discurso público. Si ven en las noticias, últimamente se ha estado hablando mucho del poco crecimiento del Producto Interno Bruto, como si fuera algo muy dramático; pero bueno, creo que hay otras cosas, otros indicadores, que deberíamos medir”.
Al recorrer las diferentes teorías que han abordado el tema del bienestar, recordó que en la década de los 70 la economía se sumó como un factor para medirla: “Varios economistas, algunos que actualmente son premios Nobel, se empiezan a dar cuenta que la manera en que medimos la economía no nos dice nada sobre el bienestar de un país, y se tomaba el Producto Interno Bruto como una medición medio indirecta, a pesar de que el mismo creador del PIB, (Simon) Kuznets, dijo explícitamente que sería una pésima medición de bienestar”.
“A pesar de eso, muchos economistas lo tomaron como una aproximación para medir el bienestar. A partir de esa década, se empezó a acumular mucha evidencia y muchos cuestionamientos al Producto Interno Bruto como una medición de bienestar, porque la economía puede estar creciendo, pero debido a que hay alguna guerra. El PIB puede crecer si hay un desastre ambiental, por ejemplo, porque activa el pago de seguros, etc.”.Oseguera refirió que el INEGI utiliza “la teoría hedonista” para realizar mediciones trimestrales de bienestar con una población representativa de México. “Se ha estado operacionalizando con esta escala de balance anímico, que básicamente pregunta: ¿qué tal nos hemos sentido en los últimos días? ¿Qué tanta vitalidad? ¿Qué tan enfocados? ¿Qué tan buen humor? ¿Qué tan tranquilos? ¿Qué tan alegres?”.
“A partir de eso se hace una calificación final que nos dice qué tan bien nos sentimos anímicamente. El INEGI también toma en cuenta la satisfacción con la vida. Existe una escala de satisfacción con la vida que básicamente preguntan a las personas, del 1 al 10, ‘¿qué tan satisfecho te encuentras actualmente con tu vida?’ Y eso nos da una calificación y el resultado se mantiene bastante estable. En la medición más reciente, ha sido la calificación más alta que ha tenido México, comparado con otros lugares del mundo”.
Museos, entornos restaurativos
Las últimas investigaciones realizadas en torno a la influencia positiva que tienen los museos en los seres humanos resultan múltiples. De acuerdo con María Helena González López, también integrante de CINCCO, “la evidencia confirma efectos medibles en el bienestar emocional, el aprendizaje y la regulación fisiológica”.
Físicamente, señaló, visitar un museo permite el “descenso de cortisol y de la frecuencia cardíaca”. Con el respectivo peso que el diseño museográfico tiene, a nivel de salud mental, los museos permiten “la reducción significativa del estrés y ansiedad; el museo funciona como un entorno restaurativo —así les llaman a los museos—, similar con los espacios de la naturaleza, según la teoría de la restauración atencional de Fancourt y Finn, quienes reportan estados de calma, claridad mental y regulación emocional”.
En la dimensión cognitiva, agregó, “encontraron que hay una significativa mejora en conversaciones padre e hijo, un incremento en la fluidez perceptiva y la habilidad para la discriminación visual, mejoras en las memorias episódica y semántica. Mientras que, en la dimensión subjetiva o hedónica, el aumento del afecto positivo y la disminución de los efectos negativos, se experimentan emociones complejas más elaboradas”.
Los museos, agregó González López, son “instituciones para el florecimiento humano que permiten la integración de recuerdos, elaboración de experiencias dolorosas y construcción de narrativas personales. Eso, por supuesto, nos pasa en los museos: integramos la experiencia propia en lo que estamos viendo, cambiamos nuestra narrativa del dolor y hacemos narrativas también para el futuro; además, aumenta la resiliencia y la tolerancia a la ambigüedad”.
Pero a nivel social, agregó, “permiten la disminución de la soledad. En el Reino Unido hacen trabajo social en donde, como saben que los adultos mayores se quedan solos porque los jóvenes se van a trabajar, entonces los llevan a museos. Y, por supuesto, ha disminuido el gasto en salud, incrementa la empatía y el diálogo en grupos vulnerables”.
Al enumerar los diferentes beneficios, dijo, “el museo es un espacio multisensorial. Siguiendo esta publicación de EVE Museos, proponen que el museo del siglo XXI es un entorno multisensorial donde nuestra experiencia nace de la asociación de muchos factores: la vista, el oído, el tacto, la temperatura, el equilibrio, nuestro sistema de propiocepción”, es decir, “sexto sentido” que permite que el cerebro sepa la posición, el movimiento y la acción de cada parte del cuerpo en el espacio.
En un intento por definir los beneficios y evolución en la percepción del arte, el filósofo Juan Carlos González afirmó que “durante siglos, ya desde el siglo XV y hasta el siglo XVIII, se buscó justamente un realismo, este realismo natural, ese naturalismo óptico, y a veces llegando a extremos en donde tenemos los famosos trampantojos, en donde justamente se nos quería engañar pensando que allí había, por ejemplo, una ventana con algo del otro lado, este es el extremo de ese realismo óptico”.Pero, cuestionó: ¿por qué cambiaron las cosas? ¿Por qué en el siglo XIX se transforma la pintura europea? “No es algo original, pero yo me sumo a la idea de que la cámara fotográfica vino a cambiar las cosas. Hubo diferentes etapas en esta invención tecnológica. Con el daguerrotipo, tenemos una técnica suficientemente práctica y sencilla como para tomar las primeras fotografías”.
“Estamos hablando de alrededor de 1840. Entonces, poco a poco, lo que vemos en la pintura es una transformación en donde ya no se necesita ser realista de esta forma, porque las máquinas lo empiezan a hacer mejor que nosotros, entonces, no es casualidad que ya para la segunda mitad del siglo XIX la pintura empieza a revolucionarse”, señaló el humanista.