El director canadiense David Cronenberg, considerado maestro del terror corporal, afirmó en Marrakech que sus películas son todas “romances” y tratan sobre el amor, y destacó el humor que hay en ellas, porque “no se puede vivir sin sentido del humor”.
Cronenberg, conocido por su estilo complejo y provocador y responsable de títulos como La mosca (The fly, 1986) o Crash (1996), presentó en Cannes su última película aún por estrenar, The Shrouds, un filme que trata del duelo siete años después de la muerte de su mujer.
Estuvo en la ciudad marroquí para recibir un homenaje en el Festival Internacional de Cine de Marrakech y mantuvo una conversación con el público explicando sus inicios en el cine, lo que le inspira y también cómo se siente sobre su nueva obra.
“Soy un romántico total. Si digo que todas mis películas son historias de amor, puedes reírte primero, pero si realmente las estudias, son todas sobre el amor. Odio ser sentimental, pero el amor es uno de los aspectos más dramáticos y básicos de la vida humana”, dijo durante la charla, en la que también enfatizó la importancia del humor.
Este último, indicó, es un elemento muy presente en su obra y también en su último filme, que no fue bien acogido en Cannes por la crítica porque, dijo Cronenberg, en la ciudad francesa “la audiencia estaba intimidada por el glamour del festival, no estaban las risas”, cosa que no ocurrió luego en la proyección en Toronto, su ciudad natal.
“Es una película divertida. En Toronto se reían mucho”, relató. Hasta el punto, remarcó, que se podría pensar que es una comedia, pero aclaró que “no lo es”. En cualquier caso, para Cronenberg “no se puede vivir una vida sin sentido del humor”. “No diría que (mis películas) son comedias románticas, pero sí son romances”.
El director de 81 años lamentó que se haya hecho “mucho énfasis” de lo que la película tiene de autobiográfico. “Que esté basada en cosas de mi vida no la hace una buena película”, aunque recordó que sí fue una respuesta a la muerte de su mujer en 2017 con 43 años y al duelo que padeció en carne propia.
Sobre sus inicios, Cronenberg confesó que hubiera querido ser científico, pero se dio cuenta de que podía inventar su propia ciencia haciendo películas y eso era mejor que “hacer aburridos experimentos en un laboratorio”.
A Cronenberg se le califica a menudo como máximo exponente del terror corporal, ya que en sus cintas trata mucho la temática del cuerpo humano. “La gente me pregunta por qué estoy obsesionado con el cuerpo. Hay que estarlo si eres un director, porque trabajas con el cuerpo”, dijo.
De su infancia, recordó cómo en Toronto solía ir cada semana al cine para ver películas estadounidenses del oeste, de piratas o dibujos animados, hasta que un día vio a adultos salir de un cine italiano con lágrimas en los ojos.
“Me chocó que hubiera una película que te hiciera llorar en público”, dijo para revelar que ese filme era La strada (1954) de Fedeciro Fellini. “Fue mi primera sensación de que una película podía tener tanto poder en la gente”.
El canadiense recordó cómo le calificaron de “depravado y decadente” tras su primer filme, Shivers (1975), pero bromeó en que esas dos le parecen en realidad “buenas cosas”.