Escenario

En “Mi piel oculta”, documental codirigido por la animadora Guadalupe Sánchez Sosa y su hijo Pablo Delgado Sánchez, cinco historias de cuerpos diversos se tejen entre memoria, resistencia y sororidad. En esta entrevista para La Crónica de Hoy, Delgado nos cuenta cómo la libertad creativa, el lazo familiar y la animación confluyeron en un documental que invita a repensar nuestra relación con el propio cuerpo

Entrevista: Pablo Delgado Sánchez sobre “Mi piel oculta” y la diversidad corporal

Pablo Delgado Sánchez sobre “Mi piel oculta” y la diversidad corporal

Alan Mino: Me gustaría empezar por el corazón de Mi piel oculta: ¿cómo surgió la idea de construir una narrativa tan íntima que diera voz, sin filtrar, a Julia, Erika, Kany, Natalia y Rosaly?

Pablo Delgado Sánchez: La semilla la plantó mi madre, Guadalupe, o “Lupita” como le decimos. Ella no salió a “buscar” personajes, sino a entablar amistad con personas cuyas vivencias le hablaban fuerte. Con cada café o conversación surgían confidencias que, más que entrevistas, se convirtieron en complicidad. Mi labor fue recibir ese material —cargas emotivas, anécdotas de infancia, pasajes de hospital o de calle— y ordenar un recorrido que partiera de nuestros orígenes corporales y llegara hasta los retos que vivimos hoy. Encontrar los hilos nunca fue trivial: debíamos tejer el acoso, la menstruación, la transición de Kany y el cáncer de Natalia sin que parecieran listados de traumas, sino estaciones de un viaje que va de la herida a la esperanza.

AM: El papel de tu madre es fundamental. ¿Cómo influyó ese vínculo familiar en el tono y el método de trabajo?

PDS: Trabajar con mi madre añadió una textura muy especial. De niño la acompañaba en rodajes donde ella hacía dirección de arte o animación; de hecho, mi amor por el cine nació viéndola crear universos con un lápiz y unos pinceles. Aquí formalizamos roles: ella lideraba la línea estética, yo coordinaba la logística y el ensamblaje de las historias. Por supuesto hubo momentos de tensión, madre e hijo no siempre piensan igual, pero nuestra costumbre de criticarnos con cariño nos ayudó a pulir cada detalle. Además, el equipo se convirtió en una pequeña familia: mi papá y la protagonista Natalia Pérez compusieron parte de la banda sonora, y amigos cercanos aportaron en producción. Ese calor humano se respira en cada fragmento de la película.

“Mi piel oculta” y la diversidad corporal

AM: Hablaste de línea estética. Desde el inicio decidieron combinar material documental con animación en acuarela. ¿Cómo nació esa idea y cómo la plasmaron en pantalla?

PDS: La animación de Lupita existe desde hace años como ejercicio emocional: sus acuarelas se mueven orgánicamente, como respirando. Fue natural pensar que esas pinceladas en movimiento podían traducir emociones que a veces el rostro no revela. La filmación documental corrió a cargo de tres fotógrafas, Jessica Villamil, Sarada Herrera y Miriam Ortiz, cada una con un estilo distinto. Eso dio variedad al material bruto: a veces cámara en mano, a veces con un lente más fijo. Durante el rodaje primó la espontaneidad: capturábamos risas, lágrimas y silencios sin presiones de encuadre perfecto. Después, en la posproducción, fue un trabajo de artesanos: definir dónde cortar, cuándo interpolar animación y ajustar la banda sonora para que cada transición funcionara como un suspiro o un latido.

AM: ¿Cuál fue el mayor reto técnico o creativo que enfrentaron durante el proceso?

PDS: El mayor reto fue la pandemia. Decidimos filmar algunas entrevistas a distancia, adaptando cámaras caseras y protocolos sanitarios. Mantener la conexión emocional con las personas a través de una pantalla fue todo un desafío: sin la energía de un set, fue crucial diseñar preguntas que invitaran a la confianza. A su vez, la coordinación de los distintos formatos, grabaciones en 4K, animaciones HD y material de archivo, obligó a organizar decenas de terabytes de datos. El equipo de edición se refugió literalmente en sus casas, compartiendo montajes por la nube y celebrando cada avance con una cerveza virtual.

AM: En pantalla, Mi piel oculta no solo documenta, sino que genera empatía. ¿Cómo esperas que contribuya al debate público sobre cuerpo, inclusión y cine?

PDS: Espero que sea un espejo y un abrazo al mismo tiempo. En los paseos de prueba he visto a hombres que, tras escuchar a Rosaly hablar de rupturas amorosas, comparten luego sus propias heridas. He visto a mujeres emocionarse al sentirse acompañadas por Julia o por Erika. Y, sobre todo, espero que abra microconversaciones cotidianas: que un compañero de trabajo deje de hacer un comentario insensible o que un padre escuche con menos juicio a su hija adolescente. El cine puede cambiar mentalidades, y si logramos que aunque sea un puñado de espectadores miren con mayor respeto la diversidad corporal, habremos cumplido con el propósito.

AM: ¿Alguna anécdota del público en festivales que te haya marcado?

PDS: Una asistente en DocsMX se me acercó con lágrimas y me dijo: “Gracias por mostrarme que mi cicatriz no es una vergüenza”. Otra vez, en Guanajuato, un grupo de jóvenes trans nos invitó a comer y me contaron cómo Kany les dio fuerzas para arrancar su proceso de transición. Son momentos que van más allá de un aplauso: son el testimonio de que la película trasciende la pantalla y se convierte en parte de la vida de quien la ve.

AM: Mirando hacia adelante, ¿cómo imaginas tu trayectoria tras este documental?

PDS: Aunque el documental siempre estará en mi horizonte, mi gran pasión es la ficción. Durante el montaje de Mi piel oculta terminé un cortometraje, La Cascada, que explora la masculinidad con una narrativa totalmente ficcional y ha tenido buena acogida. Ahora mismo desarrollo varios guiones originales y colaboro con dramaturgos para concebir largometrajes de ficción. No descarto volver al documental si surge una historia urgente que contar, pero me muero de ganas por explorar mundos imaginarios y personajes inventados.

AM: Para cerrar, ¿algo más que te gustaría compartir con nuestros lectores?

PDS: Solo mi gratitud. Gracias a todos los que creyeron en este sueño y al público que se anima a ver cuerpos diferentes reflejados en la pantalla. Mi piel oculta nació de la libertad creativa, de la confianza entre madre e hijo y del poder de la animación para traducir lo invisible. Ojalá esta película sea un recordatorio de que cada cuerpo cuenta una historia y que escuchar esas historias nos hace, (a todos), un poco más humanos.

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