En un país donde la violencia se mide por sexenios y las heridas sociales se arrastran por generaciones, prometer la pacificación de un municipio como Teocaltiche en apenas 45 días es, lo menos, temerario.
Pablo Lemus, actual gobernador de Jalisco, lanzó esa promesa ante el hartazgo social por los asesinatos, masacres y hallazgos macabros que enlutan, una y otra vez, a Teocaltiche. Pero, ¿cómo se pacifica en semanas lo que ha sido desangrado durante casi una década? ¿Cómo se recompone el tejido de una comunidad atravesada por el crimen organizado, la desconfianza institucional y el abandono del Estado? Teocaltiche no es un caso aislado y trasciende los limites territoriales jaliscienses. Es la síntesis del fracaso de una estrategia nacional de seguridad: es un territorio clave para el trasiego de drogas, armas y personas, en el cruce de caminos entre Jalisco, Zacatecas, Aguascalientes y Guanajuato. Su localización lo ha convertido en campo de batalla entre el Cártel Jalisco Nueva Generación y el Cártel de Sinaloa, cuyos tentáculos han penetrado a las corporaciones municipales y estatales.
No es una lucha reciente. No hay una fecha exacta, pero el primer aviso de la violencia en el municipio por parte del narco ocurrió en 2017, cuando ocurrió un tiroteo en la cabecera municipal. Desde entonces, Teocaltiche ha sido intervenido por el Gobierno de Jalisco no una, ni dos, sino tres veces: 2017, 2020 y 2023. En cada una de ellas se prometió que regresarían la paz, pero de nuevo sólo fueron palabras, más que acciones. Y ahora, en 2025, se anuncia una cuarta intervención, tras la desaparición de ocho policías y el hallazgo de 12 bolsas con restos humanos.
Pero lo que ocurre hoy no empezó ayer. De 2019 a la fecha, 57 personas han sido reportadas como desaparecidas. En 2021, más de 700 habitantes huyeron del municipio, desplazados por la violencia.
El exgobernador Enrique Alfaro Ramírez acudió a este municipio para negar el desplazamiento forzado por la violencia:
“Vengo personalmente a decirle al pueblo de Teocaltiche que vamos a estar presentes con todos los elementos que sean necesarios para recuperar la paz y la tranquilidad de este municipio”, dijo Alfaro en ese entonces y la situación es peor.
Las familias de Teocaltiche han sobrevivido masacres, extorsiones, reclutamiento forzado, despojo de tierras, abusos policiales y tiroteos sin fin. Y aún así, ahí siguen. Resistiendo. Con miedo, pero sin rendirse.
En los últimos tres meses, la espiral de violencia ha alcanzado niveles de terror: activistas ejecutados, policías asesinados frente a sus familias, funcionarios emboscados, y decomisos millonarios de autopartes robadas y armamento de alto calibre.
El 28 de abril, horas después de un operativo de aseguramiento de predios usados por el crimen, fue ejecutado en un restaurante el secretario de Gobierno municipal, José Luis Pereida. La simbología del crimen no deja lugar a dudas: quien controla el territorio impone también el silencio. Entonces, ¿qué representa la promesa de “pacificar en 45 días”? Una consigna. La pacificación no se decreta, ni llega con videos publicados en redes sociales, se construye. Y se construye con justicia, con inversión social, con depuración real de las policías, con presencia del Estado, sí, pero también con presencia de oportunidades, de educación, de salud, de proyectos productivos. Con verdad.
La población no quiere más patrullas corruptas, quiere saber en quién confiar. Hoy, la gente no cree ni en los policías municipales, ni en los estatales. Sólo piden se garanticen lo más básico: el derecho a la vida.
Teocaltiche no necesita promesas huecas. Necesita justicia. Y sobre todo, necesita tiempo. Tiempo para sanar, para reconstruir, para confiar otra vez en sus instituciones. Tiempo, justamente lo que la violencia le ha arrebatado.