
En 1992, Carlos Eduardo Bustos ─entonces escritor en ciernes─ terminó lo que consideró su primer libro de cuentos: La música del baile de los gigantes I. Por lo que hizo una edición casera de su obra: «diez ejemplares, de hecho lo escribí con una máquina electrónica, ─no tenía computadora─ fue una máquina que me regalaron unos amigos. Lo mandé encuadernar, me ocupé de la imagen que llevaría y todo […] sólo me quedé con un ejemplar.» Ese fue su primer paso en el camino hacia la edición.
La muestra de ese primer libro se conserva como una encuadernación en pasta dura con letras doradas en la portada e interiores mecanografiados. El mecanoscrito se ajusta al tamaño media carta y se ciñe a unos márgenes interiores a manera de caja. Al advertirle sobre estas peculiaridades nos relató sus peripecias: «lo que hice fue ajustar más bien la hoja, ─como no había manera de escribirlo así─ tomé una hoja tamaño carta y con los márgenes ajusté el cuadrado, lo que era a su vez el tamaño del libro, escribía uno y luego el otro, los cortaba y los pegaba en una hoja larga para que a la hora de las copias saliera así (con la numeración correspondiente al encuadernado)».
Sobre la ilustración que aparece después de la hoja de guarda, recordó que fue una impresión digital «de las primeras que se hacían […] fue carísimo». La imagen provenía de un libro que le había traído un amigo pintor «lo escanearon y después hicieron la impresión. Recuerdo que cada impresión costó, creo que 150.00 pesos. Fue un capricho.» Además de ello, la publicación incluyó página legal y un índice «me puse a checar los libros para ver que se ponía, tratar de hacerlo lo más serio posible».
Esta primera experiencia permitió a Carlos Bustos considerar los costos y las dificultades para aventurar una publicación. Uno de los diez ejemplares lo entregó a su tío Óscar, un familiar que lo alentaba en su propósito de convertirse en escritor. Este gesto trascendería en el ánimo de su pariente quien de manera póstuma le otorgó el apoyo para financiar la publicación del mismo título de manera profesional con un tiraje de mil ejemplares.

De nueva cuenta reescribió su trabajo e ideó su diseño, la tipografía y las ilustraciones interiores. Estuvo pendiente del cuidado de la edición en los talleres de Imprejal. Rechazó los primeros cien ejemplares porque no tenían la medida acordada ni el título en el lomo; las pruebas no le agradaron e hizo que repitieran el trabajo. Esa edición le costó aproximadamente quince mil pesos.
Aunque no conocía las ediciones de los proyectos que se estaban gestando en la Guadalajara de esos años, Carlos Eduardo comparaba el trabajo de Imprejal con las publicaciones que observaba en las librerías. «Me metía durante cinco horas en las librerías, […] desconocía el mundo editorial, no conocía a los escritores de aquí, no sabía que había publicaciones independientes, nada».
Carlos Eduardo logró colocar su publicación en el stand de autores independientes de la FIL en ese año, de tal suerte que hubo la ocasión de que Hermes/Minotauro ─una editorial y distribuidora─ revisara su trabajo y le comprara un ejemplar. Poco después recibiría una propuesta: «Te lo vamos a comprar, lo queremos integrar al catálogo de Hermes/Minotauro. (La música del baile de los gigantes) Pasó de estar con los autores independientes al stand de Minotauro» En ese momento le compraron los ejemplares que llevaba y el resto del tiraje lo entregó a consignación.
En los pocos días de la feria internacional del libro en 1992, había pasado de la autoedición a la distribución con un profesional. «Yo vendí en esa FIL como 150 ejemplares con ayuda de mis amigos[…] como a 25.00 pesos.» En ese momento sólo le interesó la promoción de su obra, por lo que consideró que ya estaba cubierta su distribución.
Para 1993, Bustos inició otro proyecto literario con miras a llevarlo a los editores «se lo presenté a varios aquí en Guadalajara, durante la FIL». Esta vez consideró presentar una idea de la publicación que pretendía para su obra. Pero ese año ya no vino a la FIL la editorial Hermes/Minotauro. Se encontró al hijo del editor, quien lo invitó a la ciudad de México para que conociera la empresa. Estando en la ciudad de México se enteró de que la editorial no estaba en buenas condiciones financieras, por lo que el catálogo ─junto con el título de Carlos Bustos─ fue vendido dos años después a Plaza & Janes.
Ante esta circunstancia decidió presentar su propuesta en la editorial Planeta, pero obtuvo negativas «el editor me preguntó ¿y dónde más has publicado? ─la autoedición no valía─, si no has publicado con nadie yo no te puedo publicar». De regreso a Guadalajara lo comentó con sus amigos: «con esa condición nunca vamos a poder publicar». En esa reunión reflexionó: «debería existir una editorial aquí en Guadalajara que a todos esos talentos desconocidos les diera el empujón y entonces me dije, voy a crear una editorial».

* Fernando Toriz es gestor cultural