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Finanzas para todos: La era de las tasas altas: ¿estabilidad a qué precio?

Desde hace más de dos años, las tasas de interés han dejado de ser un asunto técnico reservado a banqueros centrales para convertirse en parte del debate cotidiano. En Estados Unidos, la Reserva Federal ha mantenido los tipos en su nivel más alto desde comienzos de siglo, mientras que en México, el Banco de México ha seguido una línea similar, elevando las tasas con la intención de contener una inflación que, aunque en retroceso, aún no desaparece del todo. Sin embargo, más allá del control de precios, surge una pregunta cada vez más relevante para quienes enfrentan el día a día económico: ¿es sostenible esta moda de las tasas altas?

Para entender cómo llegamos hasta aquí, basta con recordar el punto de quiebre que significó la pandemia de COVID-19. Durante 2020, el mundo vivió un frenazo económico sin precedentes. Los bancos centrales actuaron con rapidez: redujeron drásticamente las tasas de interés y aumentaron la liquidez para evitar un colapso financiero. Esta respuesta funcionó en el corto plazo, pero dejó consecuencias. A medida que las economías se reactivaban, surgieron nuevos obstáculos: interrupciones en las cadenas de suministro, alzas en los precios de la energía y, más tarde, la guerra en Ucrania. Todo esto provocó una inflación inesperadamente alta y persistente.

Ante ese panorama, los bancos centrales dieron un giro completo. Lo que antes era estímulo, se convirtió en freno. Subieron las tasas con la intención de enfriar la economía y evitar una espiral inflacionaria. La lógica era clara: si sube el costo del dinero, baja la demanda y, con ello, los precios deberían estabilizarse. Pero lo que empezó como una medida temporal se ha prolongado más de lo previsto. Incluso con señales de desaceleración inflacionaria, autoridades como la Reserva Federal han afirmado que podrían mantener las tasas altas por más tiempo para no repetir errores del pasado, como en los años 70, cuando una retirada apresurada provocó un rebrote inflacionario.

El problema es que cada decisión en política monetaria impacta la vida cotidiana. Cuando las tasas suben, pedir un préstamo para emprender, comprar una casa o financiar estudios se vuelve más difícil y costoso. Las hipotecas aumentan, los intereses en tarjetas de crédito se disparan y los pequeños negocios enfrentan mayores obstáculos para crecer. Esto no solo enfría el consumo, también frena el ánimo de quienes quieren progresar. En países como México, donde buena parte del dinamismo económico proviene del mercado interno, esto puede convertirse en un freno generalizado.

La historia ofrece lecciones que vale la pena considerar. En los años 80, América Latina enfrentó una tormenta perfecta: inflación desbordada, deuda externa creciente y tasas de interés elevadas. Aunque se logró controlar la inflación, el costo fue alto: recesiones, desigualdad y una generación con pocas oportunidades. Aunque el contexto actual es diferente, el riesgo de caer en una lógica similar —donde se privilegia la estabilidad a cualquier costo— sigue presente si no se equilibra con otras políticas.

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Más allá de los números, hay una dimensión humana que no se puede ignorar. Las tasas altas tienden a favorecer a quienes ya tienen patrimonio: inversionistas, bancos y grandes empresas. Por el contrario, afectan más a quienes dependen del crédito para salir adelante. Esto agrava desigualdades ya existentes, y puede debilitar la confianza en el sistema económico. Una economía que luce estable sobre el papel puede estar generando frustración y descontento en la realidad de millones de personas.

Por eso, el verdadero dilema no es solo técnico, sino también político y ético: ¿vale la pena frenar el crecimiento y reducir la movilidad social para asegurar una inflación baja? En un mundo con incertidumbre geopolítica, bajo crecimiento de la productividad y tensiones sociales, los bancos centrales optan por la cautela. Sin embargo, esta prudencia puede volverse parálisis si no va acompañada de políticas fiscales activas que impulsen la inversión pública, la innovación y la equidad.

Pensar en sostenibilidad económica no es solo pensar en cifras estables. Es preguntarse si el sistema actual permite construir una sociedad con más oportunidades, cohesión y bienestar. Las tasas altas pueden ser parte de una solución transitoria, pero no pueden ser la única respuesta. Porque, al final del día, la economía no se trata solo de estadísticas: se trata de cómo vive, progresa y sueña la gente.

@EMILIOMORENOP1

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