Cronomicón

Cuento de Sogem

El profesor y sus visitas

Todos los días el despertador suena a las seis con quince minutos.

Casi siempre despierta un poco antes, pero no sale de la cama hasta que la alarma lo exige.

Lo primero que hace es ir al baño a orinar el “salvífico líquido de la mañana”, como se dice siempre a sí mismo.

Al lavarse la cara siente añoranza por aquella tez de hace ya algunos años. Delante del espejo, el profesor recuerda una frase clásica: “Todos deseamos llegar a viejos, y todos negamos que hayamos llegado”.

Se viste con la ropa seleccionada desde la noche anterior que dejó colgada en el porta trajes. Acostumbra armonizar las combinaciones de sus zapatos bostonianos color canela, sus calcetines y el cinturón, con la camisa de cuello tipo hindú y los pantalones.

Luego va a la cocina. Café de grano, miel de abeja, fruta y amaranto es todo lo que necesita para poner en acción los pensamientos del día.

Cada semana publica un artículo en un importante periódico. Escribe en su biblioteca, sentado a la mesa y sobre la silla de décadas atrás. Con la pluma utilizada por años lleva a cabo su ritual para escribir.

Cuento de la Sogem (Sociedad General de Escritores de México)

Se encomienda a la Mano Poderosa para alcanzar la prosa, voltea hacia el cuadro de santa Lucía con los ojos desprendidos colgado a su lado y le suplica ver todo lo que escriba, pide a un amuleto que su intención sea lo que cuente. A la diosa del lenguaje le ruega que lo cubra bajo su manto.

Al cabo de un tiempo de estar escribiendo algunos personajes salen de los libros de la biblioteca, se desperezan y visitan al profesor. En ocasiones discuten apasionadamente. Los viernes son los días en que aparecen Erasmo y Montaigne. Buenos amigos, pero entre ellos muy competitivos.

—¿Cómo está, profesor? ¿Sigue trabajando en su ensayo sobre el amaranto y la sobrevivencia? —pregunta Erasmo con ironía, burlándose sesgadamente de un tema en Montaigne.

—Ya estoy cerca de terminarlo, aunque no en latín según me gustaría, no soy tan virtuosamente culto como lo fuiste tú —contesta aquel.

Los tres están sentados, beben té y hacen sus chistes habituales sobre los filósofos escolásticos.

—Sí, pero recuerden que Santo Tomás era un tomador. Tomaba de aquí y allá, de Aristóteles, de los estoicos y hasta de Platón. Si estuviera a mi lado en un examen seguramente me copiaría todo —dice Montaigne, entre risas y carcajadas.

—Dejemos en paz a mi querido Tomás. La Edad Media me visita los domingos y en esta biblioteca los libros escuchan —contesta zumbón el profesor.

De pronto tocan a la puerta de la biblioteca. Es la esposa. Los visitantes se esfuman.

—Querido, ¿con quién estás? Escucho risas.

—Soy yo, mi vida. Estoy hablando solo.

El artículo queda terminado. El profesor deja la biblioteca.

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