El 10 de marzo llegó a la administración de correo una carta con la peor noticia que Juárez podía recibir. La misiva le informaba que Parrodi había sido derrotado por el general conservador Luis G. Osollo, en Salamanca. El ejército constitucionalista estaba momentáneamente sobre la lona. Juárez y su gabinete debían salir lo antes posible de Guadalajara. Las fuerzas conservadoras avanzaban rumbo a Jalisco.
El día 13, Landa y su 5° Batallón de soldados de línea, apostado en el edificio de la Universidad, se pronunciaron a favor del Plan de Tacubaya. Una mala noticia tras otra; ésta en particular contrarió al general Núñez; el Presidente no estaba menos alarmado y le ordena que corrobore si los informes de Contreras Medellín, el heraldo del infortunio, eran ciertos.
El General caminó las dos cuadras que separaban la Universidad de Palacio; y constató la traición de Landa. Se abrió paso entre la tropa buscando a Landa. El Coronel se encontraba en la plazuela contigua al edificio de la Universidad. Núñez le ordenó pusiera en formación a sus soldados fuera del cuartel; pistola en mano le respondió: “general estoy pronunciado”. No logró intimidarlo; por el contrario, encolerizado tomó a su protegido del cuello e intentó estrangularlo. Un soldado que tenía la orden de apresar a Núñez le disparó a quemarropa en el pecho. Un reloj de oro que portaba entre las ropas contuvo la bala. Aturdido por el disparo, recibió un culatazo de otro saldado que lo derribó.

Mientras tanto, los pronunciados, en un cambio de guardia, se apoderaban de palacio y tomaban prisioneros a Juárez y a su gabinete. Landa se les unió llevando prisionero a su mentor; quien pidió hablar con el Presidente para disculparse por su falta de previsión respecto a la deslealtad de los oficiales del 5° Batallón.
No consintió Núñez que un custodio malmodiara al Benemérito y le increpó diciéndole: “¡soldado! este ciudadano es el primer magistrado de la nación, y debe tratársele con respeto” (Olveda, 2006:132).
Las fuerzas leales a Juárez contraatacaron; el Batallón Hidalgo, comandado por Contreras Medellín se atrincheró en el templo de San Agustín; y junto con las tropas de San Francisco descargaron fuego de artillería sobre palacio. El gobernador, quien había escapado de caer prisionero de los pronunciados tras salir de la presidencia, intentaba organizar a las fuerzas liberales en su empeño de rescatar al Presidente y a su gabinete. Tarea nada fácil. Después de una lluvia de descargas y metralla; y de escaramuzas callejeras; liberales y conservadores se sentaron a dialogar. Camarena en compañía de Núñez y Ocampo recibió al Coronel Pantaleón Morett; quien en nombre de los pronunciados intentó negociar un alto al fuego y la salida de sus compañeros de palacio. El Coronel intentó presionar al gobernador advirtiéndole que la vida del Presidente corría peligro; Camarena en tonó enérgico le respondió que él y sus compañeros lo pagarían caro si le tocaban un solo cabello a Juárez.

Aprovechado el cese de hostilidades, el coronel Miguel Cruz Aedo salió de San Francisco al frente de una columna de 160 combatientes dispuesto a realizar un asalto furtivo sobre Palacio. Tomados por sorpresa, los hombres de Landa rechazaron el ataque. A la hora de rendir cuentas, ante el gobernador, Cruz Aedo dijo: en su descargo que nadie le había notificado sobre las negociaciones; por su parte, Camarena le reprochó que su arrebato de heroísmo comprometía la integridad del Presidente. Y así fue.
El capitán a cargo de la custodia de los prisioneros, de quien sólo tenemos su apellido (Peraza), por órdenes o iniciativa propia, asumió el riesgo de dar cumplimiento a los planes de Landa de fusilar a los prisioneros. La ocasión lo demandaba, los soldados estaban nerviosos e indignados por el ataque y deseaban cobrarse la osadía de su enemigo.
Peraza le encomendó la ejecución a un subalterno, al teniente Filomeno Bravo. Iniciaba así, dentro de la Guerra de Reforma, un dramático y heroico episodio, que pudo darle un giro completo a la historia de México.
En Palacio, tras escucharse la reanudación del fuego, dos secciones de reserva, apostadas en los corredores poniente y sur del patio, salieron en tropel, arma en mano, a la entrada; momentos después una nube de humo invadió el edificio extendiéndose hasta los salones donde estaban recluidos los prisioneros.
Exaltados por el combate, defensores y atacantes intercambiaron disparos y maldiciones. Los prisioneros podían esperar lo peor; en medio de toda aquella confusión y gritería, la guardia a cargo de su vigilancia se plantó frente a ellos en formación; firmes aguardaban las ordenes de Bravo de apuntar y dispar.

Inesperadamente, un hombre cerró con su arrojo los labios de Bravo. Fue Guillermo Prieto; quien con un desplante desesperado salvó la vida de Juárez y de todos sus acompañantes. El Ministro extendió sus brazos, encaró los fusiles y arengó a los soldados con una sentencia que se ha vuelto celebre e histórica:
“¡Hijos que! ¿Qué vais a hacer con nosotros? Los soldados del ejército son valientes; pero no asesinos... Somos vuestros prisioneros… somos vuestros hermanos...; respetad nuestras vidas... la humanidad lo reclama... levantad esas armas... levantad esas armas (...)…” (Olveda, 2006:56).
El presidente y los miembros de su itinerante gabinete salvaban la vida por acto de heroísmo. La batalla, afuera de los muros de Palacio, continuaba. Habrá que reconocer que Jesús Camarena demostró ser un hombre firme en sus determinaciones; la situación lo rebasó; el mejor ejemplo fue la temeraria incursión de Cruz Aedo; esa que incitó el mal logrado fusilamiento de los prisioneros. El Coronel pudo decir en su descargo que no estaba enterado de las negociaciones de paz; pues el gobernador, ocupado en mil asuntos, no tuvo tiempo de nombrar un jefe que sustituyera a Núñez y coordinara las acciones militares. Con la mayor parte de los oficiales apresados en palacio, los liberales carecieron de un mando unificado en sus intentos de rescatar al gabinete juarista. Para remediar semejante carencia, Camarena nombró jefe de las fuerzas del gobierno al veterano general Juan Bautista Díaz.