En el país de las letras se vivía un desorden multitudinario. Las calles y las avenidas, las carreteras y los puertos, habían sido invadidos en su totalidad por legiones andantes de letras inconformes que exigían una solución inmediata a sus reclamos. Las autoridades en turno no habían dado otra señal de vida más que sus ineficientes discursos diplomáticos, y la nación entera estaba paralizada. Las letras ondeaban pancartas y estandartes, y algunas radicales vandalizaban comercios y monumentos públicos, pintando oraciones gigantescas con truculentas faltas de ortografía. Pues la mala ortografía era una acción que se calificaba de terrorista, y se castigaba con la pena capital. Las letras minúsculas encabezaban la protesta. Pedían el desprestigio tan necesario de las letras MAYÚSCULAS, que a pesar de sus usos, más bien escasos y específicos, ostentaban una supremacía terrible. No aparecían más que una sola vez en oraciones simples, y aun así las encabezaban. Después de un punto, ya fuera seguido o a parte, una MAYÚSCULA. Una sola liderando el séquito, una sola sobresaliendo, reprimiendo a las demás. O cuando se quería dar un énfasis severo, se escribía la palabra en MAYÚSCULA, porque imponía. Era una injusticia. Las letras MAYÚSCULAS, que por supuesto eran las que regían y dictaban las leyes, demeritaban la causa popular y tachaban a las letras minúsculas y a sus acciones de RIDÍCULAS.
La situación no terminaba ahí. Los reclamos de las letras abarcaban también la lógica incomprensible del abecedario, que también era un mecanismo de dominación abusivo, y justificado en el ardid de lo cotidiano: que por qué tenía que comenzar con las “a” y terminar con las “z”. Que quién les había dado el poder para elegir aquel orden, que por qué no podía iniciar mejor con las “x”, por ejemplo, y finalizar con las “r”. Las últimas letras se sentían en desprestigio, relegadas al olvido: todo mundo siempre recordaba “a-b-c”, pero en ningún caso “r-s-t”, y mucho menos “x-y-z”. Era una barbaridad. Pero aunque quedaba claro que las MAYÚSCULAS eran las enemigas latentes, las letras manifestantes también se mostraban paranoicas ante la posibilidad de una insurrección entre sus propias filas. Se rumoraba que las vocales también querían su parte del pastel, y que querían aliarse con las MAYÚSCULAS para dividirse la supremacía. Su razón era válida. Sin las vocales todo perdía sentido, y las consonantes no significaban nada. Así pues, la participación de las vocales en la protesta era crucial, y el lado del que se inclinasen, decisivo. Aunque seguía siendo injusto, de momento las consonantes no tenían más remedio que vigilar los movimientos de esas cuatro impertinentes, y esperar que no las apuñalaran por la espalda cuando ya fuese demasiado tarde.
Pero esa divergencia dentro del mismo movimiento terminó por abrir viejas heridas, y los rencores aplazados provocaron que las disputas primordiales de las letras se ramificaran a reclamos inverosímiles. De un momento para otro las “s” y las “z” comenzaron a discutir. Las “s” exigían de modo terminante la desaparición de las “z”, ya que a su juicio el uso de éstas era innecesario, pues sonaban exactamente igual. Las “s”, altaneras, se mofaban de que las “z” sólo fueran letras de relleno, existentes sólo para indicar el final del alfabeto, y que su pronunciación correcta no era más que romanticismo de radicales de la lengua. Nadie, afirmaban, pronunciaba dsoológico, tampoco dsapato, y mucho menos adivinandsa. Aprovechándose del alboroto, las “c” hicieron aparición también para exigir sus derechos, exponiendo la denigración y el ultraje cometido, pues las hacían que sonaran como una vulgar “s” cuando al mecanismo de dominación le era conveniente: en decisivo, en cenote, en desaparición, en pronunciación, en inocente, y en miles de palabras más. Sin consultárseles, pisoteando su integridad, corrompían su sonido original para transformarlas en la chusma genérica de una “s”. A la refriega también se metieron las “x”, que no querían seguir teniendo el sonido combinado de una “c” y una “s”, como en explicar, y en otros casos el de una “s” y una “h”, como en palabras indígenas tales como xibalbá –qué denigrante, que les dieran sonidos propios de indios, cómo es posible- y a veces, también, el de una simple y vulgar “s”, como en xilófono, e incluso el de una “j”, como en México, y exigían para su gremio un sonido propio, único e inequívoco.
Las “q” y la “k” entraron también en desavenencia. Las “k” exigían la desaparición necesaria de las “q”, pues para que éstas existieran debía tener a su lado una “u”. Sin la “u” las “q” no funcionaban, no tenían utilidad. Además eran unas letras abusivas, porque encima de depender de las “u”, las volvían mudas, las muy descaradas: nadie pronunciaba nunca a las “u” en porqué, ni en queso, ni mucho menos en queja. Así que las “k” ondeaban pancartas que rezaban: olvidémonos de los porqués, y hagamos el porké: ¿por ké? Porke sí. Menos drásticas eran las “y” y las “l”: las “l” estaban dispuestas a ya no ser utilizadas al duplicado, y no ser nunca más una “ll”, para que las “y” tuvieran su propio sonido. Llegaron a acuerdos convenientes: de ahora en adelante, ya no habría más “ll”. Así se hizo. Bebieron todas juntas de una boteya de vino, yoraron por el pacto mutuo, e hicieron buya para yamar a todas las otras desperdigadas por la patria. Queriendo seguir su ejemplo, las “b” y las “v” intentaron yegar a treguas similares, pero sin resultados inmediatos. No obstante, tampoco concluyeron sus negociaciones.
A pesar de la disparidad, otra de las cosas en la que todas las letras estaban de acuerdo era en el destierro imprescindible de las “w”. A las letras les había surgido un repentino sentimiento nacionalista, y afirmaban que las “w” eran letras intrusas, que tenían una posición no merecida en el abecedario. No había una sola palabra nacional que yevara “w”, afirmaban, y sólo se usaban, por supuesto, para palabras extranjeras: waffle, whisky, waterpolo. Bien podía sustituirse a las “w” inmundas por unas “g” y unas “u” con diéresis, y el sonido sería el mismo: güafle, güisky, güaterpolo. Algunas letras radicales pedían que a las “w” se les congregara en campos de concentración, o que se edificara una muraya babilónica en las fronteras del país para impedir que la influencia extranjera siguiese tergiversando la riqueza del idioma patrio. Las “w”, que nunca se habían sentido parte del abecedario, notaban ya la situación delicada, y tomaban cartas en el asunto para prevenirse de cualquier inconveniente. Estaban decididas a no tocarse el corazón.
Ante semejante calamidad, fue fundamental yegar a una tregua, aunque fuera momentánea, para enfocarse en una causa general y después atender las peticiones particulares. Fue así como todas las letras se reunieron a pesar de sus diferencias -por última vez-, legitimando su movimiento al ignorar la supremacía de las MAYÚSCULAS, y eliminando sus reglas básicas: no más MAYÚSCULAS después de un punto. así se hizo. fue la primera victoria ganada en conjunto: ya no más opresión, ya no más transgresión, ya no más fe en un sistema atávico y manipulador. las MAYÚSCULAS, por primera vez, vislumbraron la dimensión catastrófica de aqueya insurrección. y no sólo por la victoria de las minúsculas, que en realidad fue efímera, sino porque un grupo inesperado apareció para darle un giro drástico a las cosas, y terminar de desestabilizar todo de un modo fatídico. aparecieron los signos. los ¡!, los ¿?, los “ ”, los ( ), los :, los ;, las ¨, los *, los -, las /, y toda una legión innumerable de signos inconformes dispuestos a cambiar todo de una vez y para siempre. eyos eran los verdaderos mártires, encadenados bajo el yugo imperialista de las letras. todas las letras, todas y cada una de eyas, usaban los signos a su conveniencia, se lamentaban de su situación sin darse cuenta de que los signos sufrían un desprestigio mil veces peor: eran la base de la pirámide, eran apátridas, eran proscritos, eran parte de un sistema en el que no tenían ni voz ni voto a pesar de su importancia fundamental. también, sin eyos, todo perdía sentido.
A la gran mayoría de las letras les pareció tan ridícula su causa, que no los tomaron en cuenta. se burlaron de los signos diciendo que no tenían tiempo para sus banalidades ni para creer siquiera en su teatrito bien ensayado de que eran víctimas. entonces los signos optaron por un recurso drástico, para que se dieran cuenta que no mentían: los acentos (´) se fueron a huelga de hambre. asi fue. las palabras se sacudieron ante semejante accion, pero les parecio un mero capricho y no les otorgaron a los signos la atencion debida. el movimiento volvio a fracturarse, y se reanudaron las disputas entre la “c”, la “s” y la “z”, entre la “v” y la “b”, entre la “k” y la “q”, y ya no hubo ni ley ni razon que las detuviera. impero el descontrol. la letra “h” era la unica que intentaba apaciguar al resto, y decia -por medio del lenguaje de señas, pues era muda- que desunidas no eran nada, y que su valor personal radicaba en que, si una faltaba, las otras no funcionaban. pero nadie le presto atencion. laz letraz comensaron a hacer lo que lez dava la gana, ignorando toda lei, todo rasiosinio, zucumbiendo a la anarkia. loz zignos, biendo que por zupuesto loz havian ignorado, dyeron otro golpe fatydyco, y las “,” optaron por un paro definitibo. azi fue. dezpojadas de toda lojica laz letras entraron en una boragine de deztruksion y ferbor animal y comensaron a kemar edifisios monumentos plasas parkes carreteraz y todo comenso a arder y el sielo se puzo negro i el ayre olio a seniza i laz letraz corryan de un lado a otro en sirculos lunaticos. las “w” que havyan aguardado el momento de covrar bengansa aprovecharon la cataztrofe i arrojaron una vomba en un recurzo ecstremista. murieron las “e” y las “i” y el “.” y los “_” se komprometieron a reyenar los ezpasios de laz resien fayecidas y _ntonc_s las l_tras r_stant_s com_nzaron a ca_r una por una cual f_chas d_ dom_no komo mov_das por un m_can_smo _nt_rno _ncompr_s_bl_ y ya no ubo nada qu_ hac_r n_ nada absolutam_nt_ nada qu_ zalvar todo s_ hab_a vu_lto _rr_m_d_abl_ para todoz por s_ _mpr_ y para s_ _mpr_