Cronomicón

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Desde Rusia con amor… y postpunk

Hablar de Rusia es hablar de su eterno protagonista: Vladímir Putin. El hombre fuerte del Kremlin, el que decide qué se dice, qué se calla y hasta qué se busca en internet. En México diríamos: “solo sus chicharrones truenan”.

Molchat Doma

Y si alguien osa buscar algo que no le gusta, pues ya lo sabe: multita, cárcel o etiqueta de “extremista”. En su país, incluso escribir “Pussy Riot” en el buscador te puede meter en líos. Aquellas chicas punk que hace años se atrevieron a cantar por la libertad y los derechos LGBT hoy siguen siendo símbolo de resistencia: María Alyokhina, una de ellas, escapó disfrazada de repartidora. Así la vida en la Rusia de Putin: controlada, vigilada y sin espacio para la disidencia.

Pero como suele pasar, donde hay represión, hay arte. Y en Rusia, la resistencia suena en tono melancólico, con guitarras frías y bajos que laten como un corazón bajo la nieve. El postpunk, ese género nacido con Joy Division y Siouxsie and the Banshees, encontró casa en la juventud rusa desde los ochenta, cuando Víktor Tsoi y su banda Kino retrataron en canciones la desilusión soviética. Décadas después, la historia sigue repitiéndose: una generación que no cree en los discursos oficiales, pero sí en la catarsis de una canción triste con sintetizadores.

Molchat Doma

Y hablando de esas nuevas voces, Rusia (y Bielorrusia, que para el caso son vecinos de angustias) tiene una banda que hoy conquista escenarios del mundo: Molchat Doma. Los entrevistamos en La Crónica Jalisco, justo cuando presentaban su álbum “Belaya Polosa”.

Molchat Doma

Ellos, con ese aire gélido y poético, contaron que el disco nació entre Minsk y Los Ángeles. “Allí, con mejores estudios y sin tanta presión, pudimos experimentar más; fue como abrir las ventanas y dejar que entrara la luz”, dijeron. Y se nota: su nuevo sonido sigue siendo oscuro, pero con brillo.

—¿Y no les da nostalgia grabar lejos de casa? —les preguntamos.

“Sí, pero esa distancia nos ayudó a crear sin miedo. En Los Ángeles nos sentimos más libres, y eso se tradujo en la música”, respondieron. También hablaron del público: “Es impresionante cómo la gente canta en ruso en México, en Estados Unidos o en Europa. La emoción es universal. El público latinoamericano, además, tiene una energía brutal”.

Molchat Doma

Entre reflexiones sobre vinilos, géneros y emociones, los de Molchat Doma dejaron claro algo: la honestidad no tiene idioma. “No queremos quedarnos en un solo lugar musicalmente —dicen—, pero tampoco perder lo que nos define: la atmósfera, la emoción, la melancolía”.

Y ahí está la paradoja rusa: mientras Putin refuerza su control, la juventud sigue desafiando al poder con guitarras y sintetizadores. Porque, aunque allá todo esté bajo vigilancia, la música —por suerte— aún no tiene fronteras.

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