Nacidos entre 1996 y 2012, antecedidos por los millennials y sucedidos por los alfa, la generación Z recibió el injusto mote de “cristal”. Los catalogaron como hipersensibles, quejumbrosos al extremo, dispuestos a descalificar cada aspecto del mundo que no se adecuara a su sentido o idea de la realidad.
Se cree que estos nativos digitales se rompen con facilidad, que en su seguridad de tener la razón y de estar del lado correcto de la historia no soportan críticas ni cuestionamientos a sus posturas políticas, culturales o religiosas.
La verdad es que esta generación, también conocida como los centennials, ha demostrado ser fuerte y no conformarse con solo criticar al sistema. Convierten su activismo en acción política y en emprendimiento social. De firmes convicciones y valientes, no son los jóvenes de ayer (millennials) ni los del mañana (alfa): son los del hoy, quienes cronológicamente rebasan la adolescencia, pero aún no alcanzan del todo la adultez.

Vinieron al mundo en pleno auge de la digitalización. Ya existía Internet y, con él, las redes sociales; los celulares eran de uso común y las consolas de videojuegos habían dejado de ser un artículo suntuario. La televisión por cable vivía sus mejores años: a ellos los entretuvo y educó Discovery Kids y Disney Channel.
Inmersos en la cultura de masas, algunos se convirtieron en perfectos y funcionales geeks, apasionados de la tecnología, o en frikis de gran erudición en cómics, mangas, series y películas de ficción o fantasía. Enajenados por la hipnosis del display, caminantes virtuales de las nubes digitales, dispersos y hundidos en universos de irrealidad creados por mangakas como Miyazaki o Toriyama, creyentes fervorosos de los evangelios literarios de fantasía sobria y cruda de un R. R. Martin, estos postpubertos y jóvenes han demostrado, como generación, que sus gustos y aficiones no los han desconectado totalmente de una realidad plagada de encrucijadas, problemáticas y retos.
Por consumir aventuras de ficción del estilo de Dave Filoni (continuador de la obra de George Lucas padre Star War) es quizás la razón por la que creen en las utopías; utopías de las que estaban desencantada la Generación X(1964-1980) que tuvo un asiento de primera fila en el derrumbe del Muro de Berlín que marcó el fin de las ideologías totalitarias sigloveinteras; utopías que terminaron en actos frutados después de ser revividas por los millennials (1980-1995) que le compraron moralmente de contado, al menos aquí en América, su socialismo de nuevo generación aun Luiz Inácio Lula da Silva a un comandante Hugo Chávez.
Por eso tenemos ahora en las calles a esta generación supuestamente de cristal —hijos de familias nucleares o monoparentales, algunos incluso unigénitos— dando la pelea contra el nuevo orden mundial. Y lo hacen enarbolando como bandera no una estrella roja, ni una estampada con la hoz y el martillo, ni una negra con la estilizada “A” del anarquismo, sino otra más acorde con su época y sus consumos culturales: la bandera pirata de la calavera con sombrero de paja del popular y contemporáneo manga y anime One Piece.

La bandera del grupo pirata de Monkey D. Luffy, partiendo de la historia y trama de One Piece, simboliza para toda una generación de fanáticos el espíritu de rebeldía, libertad y lucha contra la tiranía. Esa bandera apareció por primera vez en la plaza pública durante las manifestaciones de 2022 en Sri Lanka, enarbolada por la Generación Z en su lucha contra el gobierno corrupto que tenía al país sumido en una grave crisis económica, con escasez de combustibles, alimentos y medicinas, acompañada de una inflación descontrolada.
Realizando activismo político en redes sociales, la Generación Z de Sri Lanka convocó a protestas que derivaron en manifestaciones multitudinarias e influyeron poderosamente en la renuncia del presidente Gotabaya Rajapaksa.
Sin utilizar la bandera de la calavera con sombrero de paja, otros países donde la subversión y el motín urbano han tenido como protagonistas a los centennials son Irán (2022), nación de férreas normas islámicas donde los jóvenes salieron a protestar por los derechos de las mujeres; Hong Kong, territorio bajo la égida china, escenario de manifestaciones juveniles a favor de la democracia; y Tailandia, donde la Generación Z también ha desafiado al gobierno y a la monarquía.

Y ahora, México. Aquí también hay un capítulo de este movimiento global —con bandera y todo— que, harto de la inseguridad, la depauperación del salario y la corrupción, ha decidido hacer activismo político y cultural primero en las redes sociales y luego en las calles. Desde su aparición, estos jóvenes han dejado claro que no son la rama ni la comparsa de ningún partido político: por el contrario, son profundamente críticos de todas las instituciones partidistas y no pelean las batallas de ningún enemigo político del gobierno.
Si lo que buscamos es inocencia, la encontramos en los niños; madurez y responsabilidad, en los adultos. Pero si lo que una nación rota o viciada necesita es idealismo y capacidad de soñar con un mejor mañana, entonces tiene que acudir a sus jóvenes. Ellos son el presente activo de toda nación.