La autora y periodista catalana Gemma Ruiz llega por primera vez a Guadalajara para presentar su novela —una obra que, según confiesa, le cambió la vida— y lo hace con una mezcla de ilusión y sorpresa: “Cuando te traducen al castellano, sabes que hay una palabra mágica: Guadalajara. Y por fin me llegó a mí”, dice emocionada.
Su libro nace de una inquietud profunda: ¿dónde están las mujeres que construyeron nuestras vidas desde abajo, desde lo cotidiano, desde la intuición de supervivencia y justicia social? Tras años dedicada al periodismo y al estudio de la teoría crítica feminista, Gemma se dio cuenta de que las genealogías suelen mirar hacia arriba —intelectuales, pensadoras, escritoras— pero rara vez hacia las mujeres de las clases populares que sostuvieron hogares, comunidades y futuros enteros sin reconocimiento alguno.
Inspirada por Mujer, Niña, Otras, de Bernardine Evaristo, decidió crear una novela coral con múltiples protagonistas, todas entrelazadas. Este formato implicó un enorme trabajo previo: diseñar las vidas completas de cada personaje, investigar minuciosamente el franquismo y revisar una legislación que —según afirma— “se parecía más de lo que imaginamos a las restricciones actuales en Afganistán”. La falta de derechos básicos, la violencia institucional y los silencios históricos la llevaron a ampliar la historia: “No podía atribuirle todo a una sola protagonista. Necesitaba más de una voz para contar esa verdad.”
Uno de los mayores retos fue abordar la violencia sexual dentro del matrimonio, una práctica normalizada durante el franquismo. Gemma buscó tratarla con rigor y cuidado: “Quería mostrarlo sin revictimizar, sin humillar. Ponerlo crudo, pero con dignidad.”
Con la documentación también llegó la rabia, pero también la admiración: “Te das cuenta de cómo sobrevivían, cómo burlaban el sistema, cómo se hacían redes para ayudarse. Te quedas con la boca abierta.”
La novela llega a México en un momento clave, afirma la autora, quien reconoce el enorme impacto de los feminismos latinoamericanos: “Para mí es un honor estar aquí. México, Chile, Argentina… sois un referente. La marea verde, el ‘ni una menos’, las rastreadoras… He aprendido muchísimo de vosotras”.
Su paso del periodismo a la ficción no fue un salto, sino un tránsito natural: “La bestia es la misma. El mismo corazón, la misma sangre que hierve. Pero la novela me deja profundizar más.” Ganar el Premio Sant Jordi 2022 le dio el impulso definitivo para tomar una excedencia y dedicarse por completo a escribir: un riesgo, admite, pero también una liberación.
Sobre lo que espera de las lectoras y los lectores mexicanos, su respuesta es contundente y hermosa:
“Ojalá que al leer la novela vean a las mujeres de su entorno con otros ojos. A las vecinas, a las que venden comida, a las primas. Que entiendan la épica que hay en sus vidas cotidianas. Si revalorizamos esas vidas, también frenamos violencias.”
Y para las nuevas generaciones, su mensaje es simple: mirar a las jóvenes, porque son ellas quienes están revolucionando la forma de enfrentar el machismo:
“No se callan, lo tienen claro, son creativas y desactivan el machismo con una contundencia admirable. Yo aprendo de ellas.”
Una novela que honra la memoria, que repara silencios y que aterriza en México con la convicción de que mirar al pasado es siempre una forma de transformar el presente.