Cultura

Cinco autoras fundamentales que, aunque no fueron incluidas en el canon del Boom, compartieron su tiempo, sus temáticas y su capacidad de renovar la narrativa latinoamericana

El otro Boom: el que escribieron las mujeres

El Boom Latinoamericano fue un fenómeno literario que estalló en las décadas de 1960 y 1970, cuando un grupo de escritores de América Latina alcanzó proyección internacional. Sus novelas innovaban en estructura, tiempo narrativo y lenguaje, abordando temas como la política, la identidad y la historia con una mezcla de fantasía y crítica social.

Los nombres más conocidos son Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes. Ellos no solo vendieron millones de libros: también cambiaron el modo en que el mundo veía la literatura latinoamericana.

Pero, ¿y las mujeres?

Aunque se trató de un movimiento que hablaba de revoluciones, rupturas de estructuras y nuevas voces, el Boom fue un club literario predominantemente masculino. A pesar de que muchas mujeres escribían al mismo nivel –o incluso con mayor radicalidad temática y estilística–, sus nombres fueron marginados del discurso oficial.

Hoy recuperamos a cinco autoras fundamentales que, aunque no fueron incluidas en el canon del Boom, compartieron su tiempo, sus temáticas y su capacidad de renovar la narrativa latinoamericana.

Elena Garro (México)

Obra clave: Los recuerdos del porvenir (1963)

Considerada precursora del realismo mágico, Garro escribió antes de que ese término se pusiera de moda. En su novela más célebre, un pueblo fantasma narra su propia historia mientras se funden la memoria, la represión y el tiempo circular. Su estilo fue revolucionario y su mirada crítica hacia el poder y la violencia política la hacen imprescindible.

¿Por qué fue excluida? Además de los prejuicios de género, su relación conflictiva con Octavio Paz y sus posturas políticas la convirtieron en una figura incómoda.

Rosario Castellanos (México)

Obras clave: Balún Canán, Oficio de tinieblas

Castellanos fue una de las primeras escritoras en denunciar el racismo y la opresión de los pueblos indígenas desde la ficción. Su mirada no solo era política, también profundamente feminista, explorando el lugar de la mujer en un México profundamente desigual. Su narrativa fue menos experimental que la del Boom, pero más incisiva.

Fue ignorada porque su obra se anclaba en lo social y lo íntimo, dos categorías que el Boom –en su afán de espectacularidad y universalismo– solía dejar de lado.

Claribel Alegría (Nicaragua)

Obras clave: Cenizas de Izalco, La mujer del río Sumpul

Pionera en el cruce entre poesía, testimonio y narrativa, escribió sobre dictaduras, guerra y memoria colectiva. Su escritura fue militante sin perder lirismo, y compartió espacios editoriales y círculos con figuras como Cortázar.

Pese a eso, su voz centroamericana fue ignorada por la crítica internacional, que prefería a los autores del Cono Sur o México. Claribel no buscó adornar la tragedia: la narró con crudeza, y eso incomodó.

Isabel Allende (Chile)

Obra clave: La casa de los espíritus (1982)

Aunque apareció poco después del Boom, Isabel Allende irrumpió con una novela que parecía hermana de las obras de García Márquez: saga familiar, realismo mágico, historia política. Pero Allende introdujo algo distinto: la genealogía femenina, la voz de las mujeres, los vínculos maternales y el trauma íntimo.

Fue mirada con escepticismo por los “boomers” literarios, pero se convirtió en la escritora latinoamericana más leída del mundo. Su impacto demostró que lo femenino también podía ser épico, político y universal.

Luisa Valenzuela (Argentina)

Obras clave: Cola de lagartija, Aquí pasan cosas raras

Narradora vanguardista, radical y provocadora, exploró la censura, la violencia del lenguaje y la dictadura desde el cuerpo femenino. Sus textos son fragmentarios, lúdicos, y a menudo incómodos. Publicada por editoriales del Boom como Seix Barral, nunca recibió la misma promoción que sus colegas hombres.

Su estilo audaz y feminista rompía con las formas establecidas y anunciaba una nueva manera de escribir lo político: no desde el discurso, sino desde la experiencia visceral.

No hubo un Boom femenino en términos editoriales o de marketing, pero sí existió una constelación de autoras brillantes que trabajaban, innovaban y cuestionaban el mundo al mismo tiempo que lo hacían los hombres del canon.

Hoy, al recuperar sus voces, no se trata de “añadir mujeres” al Boom como una cuota de género, sino de reconocer que la historia fue escrita de forma parcial. Estas autoras no fueron una nota al pie: fueron columna vertebral de una literatura que desbordaba el molde masculino.

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