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Ciencia para todos: Corrientes invisibles entre cuerpos celestes

Ciencia para todos

Cuando pensamos en las interacciones entre los cuerpos celestes, solemos centrarnos en la gravedad: la fuerza dominante a gran escala, responsable de que los planetas orbiten alrededor del Sol y de que las lunas se mantengan en órbita. No obstante, más allá de este fenómeno clásico, existe una forma de conexión menos conocida pero igualmente fascinante: la interacción electromagnética.

Aunque hablamos de “vacío” en el espacio, este término no implica una ausencia total de materia o energía. De hecho, el espacio está atravesado por ondas electromagnéticas —desde la radiación infrarroja y ultravioleta hasta los rayos X—, así como por corrientes eléctricas, líneas de campo magnético y flujos de plasma que conectan planetas, lunas e incluso al propio Sol en una red energética silenciosa e invisible a simple vista.

Uno de los ejemplos más estudiados de esta interacción es la conexión electromagnética entre Júpiter y su luna Ío. Al orbitar dentro de la enorme magnetosfera del planeta, Ío actúa como un conductor en movimiento que corta las líneas del campo magnético, generando una diferencia de potencial. Esto induce un flujo de corriente eléctrica a lo largo de las líneas del campo magnético de Júpiter. Estas corrientes pueden alcanzar millones de amperios y dar lugar a fenómenos espectaculares, como las auroras en las regiones polares del planeta.

Durante esta interacción, parte de la energía cinética de la luna se convierte lentamente en energía eléctrica. Esta conversión obedece al principio de conservación de la energía: la electricidad generada proviene directamente del movimiento orbital de la luna. Aunque la pérdida de velocidad es imperceptible en escalas humanas, a lo largo de millones de años puede volverse significativa. Este fenómeno no es exclusivo de Ío: otras lunas jovianas, como Europa y Ganímedes, también participan en complejas interacciones electromagnéticas con su planeta.

Esto plantea una pregunta provocadora: ¿están estas interacciones limitadas únicamente a cuerpos que comparten una magnetosfera o podrían también conectar planetas separados entre sí por vastas distancias? Aunque el campo electromagnético disminuye con la distancia, no desaparece por completo.

Como ejemplo, se ha sugerido que cuando planetas como la Tierra y Venus se alinean con el Sol, sus magnetosferas pueden compartir trayectorias del viento solar, permitiendo la transmisión de energía o partículas entre ellos. Aunque este escenario no es idéntico al de Júpiter e Ío, el plasma solar actúa como un conductor en movimiento, extendiendo las líneas del campo magnético solar y enlazando temporalmente planetas distantes, aunque estas conexiones son esporádicas y dependen de la actividad solar y de la geometría orbital.

En este contexto, el espacio deja de ser un vacío estático para convertirse en un entorno dinámico, moldeado por la interacción entre campos magnéticos y partículas cargadas. Estas conexiones pueden tener efectos tangibles: modificar la distribución de partículas alrededor de un planeta, alterar su magnetosfera o incluso contribuir a la pérdida atmosférica. Marte, por ejemplo, carece de una magnetosfera protectora y se encuentra expuesto al viento solar, lo que facilita la fuga de su atmósfera hacia el espacio. En cambio, en planetas como la Tierra, estas corrientes pueden inducir tormentas geomagnéticas que afectan las redes eléctricas, los satélites y los sistemas de navegación.

Mirando hacia el futuro, comprender estas conexiones plantea interrogantes audaces. Si los planetas pueden intercambiar energía a través de campos electromagnéticos, ¿será posible algún día aprovechar estos canales naturales para transmitir energía entre estaciones espaciales? ¿Podríamos utilizar el plasma interestelar como medio de propulsión o de transferencia eléctrica?

Autores de ciencia ficción como Isaac Asimov y Arthur C. Clarke ya imaginaron naves que viajaban impulsadas por campos magnéticos solares. Aunque aún estamos lejos de materializar tales visiones, el desarrollo tecnológico actual nos invita a considerar seriamente su viabilidad en un futuro no tan lejano.

Pensar en el universo como una red energética, más que como un conjunto de cuerpos flotando en el vacío, redefine nuestra comprensión del cosmos. No se trata solo de objetos movidos por la gravedad, sino de nodos interconectados en un entramado invisible de fuerzas electromagnéticas.

Así que la próxima vez que miremos al cielo, podemos comenzar a imaginar una red de hilos invisibles que conecta planetas, lunas y estrellas, transmitiendo energía y modelando su evolución. Porque el universo no solo se rige por las mareas de la gravedad, sino también por corrientes invisibles que lo recorren y transforman.

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