
En los últimos años, la palabra gentrificación se ha vuelto tan común en las conversaciones sobre la Ciudad de México como los croissants de masa madre en sus cafés de moda. Pero, ¿sabemos realmente de qué hablamos cuando la usamos? ¿Quiénes están siendo desplazados, por qué, y cómo distinguir entre un proceso natural de transformación urbana y uno verdaderamente violento?
En una charla a fondo con Guillermo Bernal, urbanista y director de la fundación Placemaking México, desentrañamos el fenómeno, sus matices, sus contradicciones y, sobre todo, las alternativas.
“No todo cambio urbano es gentrificación”
“El término gentrificación viene de Londres, específicamente de Notting Hill —sí, como la película—”, explica Guillermo. “Fue un proceso en el que una clase media-alta, blanca y creativa, desplazó a comunidades económicamente más vulnerables. Es un fenómeno que, si bien no es nuevo, se da con una carga muy específica de violencia urbana, económica y simbólica”.
Pero en México, asegura, el proceso es distinto. “Lo que está pasando en la Ciudad de México no es gentrificación en sentido estricto. Es una combinación de turistificación, especulación inmobiliaria y desplazamientos causados por dinámicas que no siempre involucran a extranjeros”.
¿Gentrificación o xenofobia?
Uno de los puntos más polémicos del debate se ha centrado en la presencia de extranjeros —en particular estadounidenses— que se mudan a barrios como Roma o Condesa. Las protestas recientes, con consignas como “fuera gringos”, han sido para Guillermo una señal de alerta.
“Decir que la gentrificación es culpa de los extranjeros, es falso y xenófobo. La Roma y la Condesa ya fueron gentrificadas hace más de 20 años, principalmente por una clase creativa mexicana: periodistas, diseñadores, arquitectos. Hoy, muchos de ellos están siendo desplazados por otra clase creativa, pero extranjera”.
El problema no es de pasaportes, señala, sino de modelos económicos excluyentes. “Mucha de esta población extranjera está siendo expulsada de sus propias ciudades por no poder costear su estilo de vida allá. Vienen a México porque aquí encuentran comunidad, identidad, y una vida más asequible. ¿Eso los convierte en enemigos?”
Para Guillermo, la pregunta de fondo no es quién llega, sino por qué los que ya estaban no pueden quedarse. “Hay muchísima vivienda en la Ciudad de México. Lo que no hay es acceso a servicios de calidad en la periferia: parques, escuelas, centros de trabajo. Eso obliga a las personas a buscar vivir en zonas céntricas, lo que eleva la demanda y, por tanto, los precios”.
Lo insostenible no es la presencia de turistas ni de nómadas digitales, enfatiza, sino “el modelo actual de desarrollo urbano, que concentra todo en unas pocas colonias”.
Dejar de copiar soluciones y construir desde lo local
Aunque menciona que ciudades como Barcelona han implementado medidas exitosas para contener los efectos más negativos de la gentrificación, Guillermo es enfático: “No podemos seguir copiando soluciones. Ya fuimos a San Antonio por los segundos pisos, a Barcelona por los modelos urbanos, a Copenhague por las ciclovías. Es momento de generar nuestras propias respuestas desde el entendimiento de nuestra realidad y valores”.
Entre las medidas que considera viables están los fideicomisos de suelo comunitario, la renta social, y esquemas de reinversión local. “Hay que dejar de ver al desarrollo económico como enemigo de la equidad. Podemos crecer sin expulsar. Podemos mejorar sin desplazar”.
Otro de los grandes temas de debate ha sido el papel de plataformas como Airbnb en el encarecimiento de la vivienda. Aunque reconoce su impacto, Guillermo también matiza: “Más del 80% de los anfitriones en Airbnb son mexicanos. No son fondos internacionales. Son vecinos que también están especulando”.
Por eso, no se trata de eliminar, sino de regular. “Cobrar impuestos, limitar el número de unidades por persona, evitar la disneylización de la ciudad, donde todo es consumo y nada deja valor”.
Placemaking México: construir comunidad desde lo cotidiano
La entrevista concluye con una nota esperanzadora. Desde su trinchera, la fundación Placemaking México lleva seis años trabajando en la creación de espacios públicos diseñados por la gente y para la gente. Han intervenido patios escolares, canchas deportivas y están impulsando un fondo para apoyar a pequeños restaurantes.
“Queremos que la gente se sienta dueña de su calle, de su banqueta, de su parque. La ciudad no debe ser un parque temático. Debe ser un lugar donde todos quepamos, donde todos tengamos derecho a estar, a participar, a construir”, dice Guillermo.
La conversación nos deja una idea clara: el debate no es sólo técnico ni económico, sino profundamente cultural. Va más allá de culpar a los de fuera. Se trata de repensar desde adentro, con sentido común, sensibilidad social y voluntad colectiva. Porque el derecho a la ciudad —como afirma Guillermo— no es solo poder habitarla, sino también amarla, cuidarla y transformarla.