
La tarde del 10 de septiembre se convirtió en una pesadilla para cientos de familias en Iztapalapa. Una pipa de gas explotó en el puente de la Concordia, desatando una tragedia que aún retumba en la memoria colectiva. No fue un sismo, aunque así se sintió. Fue una sacudida emocional, una herida abierta que dejó dolor, angustia y una ciudad entera enlutada.
El trolebús elevado, interrumpido
El servicio del Trolebús elevado que conecta Santa Martha con el metro Constitución de 1917 también sufrió las consecuencias. Aunque opera con regularidad, no llega hasta la base. Cartulinas improvisadas informan del corte: el recorrido termina en la estación Acahualtepec, una antes de Santa Martha.
El impacto humano
La onda expansiva alcanzó automovilistas que pasaban por el lugar, personas a pie que transitaban en ese momento y alcanzó hasta el segundo piso del distribuidor vial. El miedo se apoderó de las calles. En las escuelas, el tema era uno solo: “Si hubiera sido un sismo te metes abajo de algo, pero de esto, ¿cómo te proteges?”, decía una señora con el rostro marcado por la tristeza.
Una maestra no pudo llegar a recoger a su hija. Los caminos estaban cerrados, el tráfico colapsado. Al principio, nadie sabía por qué. Después, la noticia cayó como un balde de agua helada: la explosión de una pipa había paralizado la ciudad.
Una noche de emergencia
Durante un recorrido nocturno, aún se observaban las labores de emergencia. Pipas, grúas, patrullas, policías, hombres y mujeres trabajaban sin cesar. El olor a humo y a quemado persistía, aunque ya habían pasado más de diez horas desde el siniestro. Algunos trabajadores miraban pasar los autos, otros seguían removiendo escombros. La escena era desoladora.
Solidaridad en tiempos oscuros
La tragedia sacó lo mejor de la gente. Vecinos con cubetas y agua intentaron apagar el fuego en los primeros instantes. En el Cecyt 7, Cuauhtémoc, ubicado en Ermita Iztapalapa, se suspendieron las clases: muchos alumnos no asistieron el día anterior. En los grupos escolares circularon imágenes de luto, como un homenaje silencioso a la ciudad herida.
San Juanico, un recuerdo que arde
El olor a quemado trajo a la memoria otro desastre: San Juanico, hace 41 años. El paralelismo es inevitable. El dolor, el impacto, la impotencia. Iztapalapa se cimbró, no por un temblor, sino por una tragedia que nadie vio venir y de la que nadie pudo protegerse.
Hoy, el tema en la alcaldía no es otro. La explosión de la pipa dejó una marca permanente. Y aunque las labores continúan, el duelo también. Porque hay heridas que no se ven, pero que tardan mucho en sanar.