Yoon Suk-yeol, líder del conservador Partido del Poder Popular, es presidente de Corea del Sur desde 2022, cuando ganó por menos de un 1% a su rival del progresista Partido Democrático, Lee Jae-myung.
Nada más tomar el poder en 2022, la popularidad de Yoon Suk-yeok se derribó por derogar leyes feministas y por provocar innecesariamente a Corea del Norte con su amenaza de lanzar un ataque preventivo si veía indicios de un ataque del Norte, rompiendo el pacto no escrito de no ser el primero en disparar.
Desde que Donald Trump ganó las elecciones, la oficina presidencial de Corea del Sur dijo que Yoon había empezado a “practicar golf de nuevo por primera vez en ocho años, preparándose para la diplomacia del golf”.
“Corea del Sur y Estados Unidos comparten una alianza forjada en la sangre, ya que hemos luchado juntos para proteger la libertad contra la tiranía del comunismo”, dijo Yoon durante su campaña electoral.
Las presiones para sacar del poder al presidente surcoreano, Yoon Suk-yeol, no cesan desde que el mandatario declarara breve e inesperadamente en la víspera la ley marcial al acusar a la oposición de “actividades antiestatales”, una decisión que erosiona aún más su escasa popularidad y puede costarle el cargo.
Yoon, de 64 años y nacido en Seúl, es el líder surcoreano con la mayor valoración negativa de la historia —74%, según la empresa de sondeos Gallup Korea— y el primero en la democracia del país en no contar con el control de la Asamblea General (Parlamento) en ningún momento de su mandato, por lo que intentó saltarse el poder legislativo imponiendo una ley marcial, con la excusa de que la oposición simpatizaba con el régimen norcoreano.
Pero su intento fallido de militarizar el país y poner en jaque a la democracia surcoreana (una de las más estables del oriente asiático) no parece que vaya a quedar en vano. La presión popular no cesa y en Seúl sólo se oye una palabra: dimisión.