
Primero fueron los estudiantes, luego los laboratorios de investigación y ahora las universidades. La histeria antisemita y la deriva autoritaria y fascista de Donald Trump y su gobierno contra todo lo que huela a progresismo y diversidad en Estados Unidos avanza a golpe de chantaje financiero y alcanzó de lleno el corazón académico de Estados Unidos: Harvard, la institución académica más prestigiosa y con más premios Nobel del mundo: 161.
La Administración republicana decidió este el lunes congelar 2,200 millones de dólares en fondos federales para la Universidad de Harvard, después de que la institución rechazara la demanda del Gobierno de que ponga a fin a sus programas de diversidad racial y vigile la orientación ideológica de sus estudiantes extranjeros y tras ser acusada de no hacer los suficiente para combatir el antisemitismo en su campus.
El castigo se anunció luego de que el presidente de Harvard, Alan Garber, en conformidad con la junta rectora, respondiera al chantaje del presidente de EU con una carta en la que asegura que “seguirán combatiendo el antisemitismo”, pero que no aceptarán sus exigencias para evitar recortes, por considerarlo como una injerencia a la independencia de la institución.
“Ningún Gobierno debería dictar lo que puede enseñar una universidad privada, ni a quién deben admitir o contratar, o qué áreas de estudio o investigación se pueden perseguir”, reza la misiva.
Ni cuando la guerrra de Vietnam
La inédita guerra entre la Casa Blanca y las universidades tiene su origen hace justo un año, en abril de 2024, cuando miles de estudiantes y profesores ocuparon los campus en protesta por la agresión israelí contra los bombardeos masivos israelíes contra la población palestina en Gaza, en complicidad con el gobierno de Joe Biden gracias al envío de armas.
No se veía nada parecido desde las protestas masivas en los campus durante la guerra de Vietnam. Sin embargo, pese a la represión policial en esos convulsos setentas, el gobierno se atrevió a chantajear a las universidades (por respeto a su independencia académica) como está ocurriendo ahora con el gobierno ultraderechista de Trump.
El entonces candidato republicano compró el discurso del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, quien confundió maliciosamente el derecho a criticar la ocupación y la agresión israelí con el delito de antisemitismo (odio a los judíos por su raza y religión) para presionar al gobierno de EU y que persiga penalmente a los estudiantes, profesores y ahora universidades.
La consecuencia la estamos viendo ahora: protestas que podrían enmarcarse como antisionistas (contra la ocupación israelí o la agresión a los palestinos), amparadas por el derecho a la libertad de expresión y de manifestación, están siendo tratadas (y amparadas por jueces sumisos) como delitos antisemitas penados incluso con cárcel.
Cacería desde el primer día
Nada más llegar al poder, Trump ordenó la cacería de los líderes de las protestas bajo la acusación de antisemitismo e incluso “colaboración terrorista con Hamás”.
Según las últimas cifras, al menos 1,400 personas han sido arrestadas y algunas están sujetas a deportaciones, saltándose toda legalidad, como los casos del activista de origen palestino Mahmud Khalil, quien será deportado, pese a tener residencia permanente e hijos estadounidenses, o la estudiante turca Rumeyza Ozturk, arrestada violentamente por un comando de agentes encapuchados del ICE por haber firmado un artículo en la revista universitaria de Toft, en Boston (Massachussets), en apoyo a la causa del pueblo palestino.
Pero Trump dejó otra advertencia en el mismo discurso de investidura del 20 de enero, que en la práctica es una declaración de guerra contra cualquier avance progresista y de apoyo a las minorías: con él en la Casa Blanca “Estados Unidos ha dejado de ser woke”.
Los líderes de extrema derecha, no sólo Trump, sino aliados como el argentino Javier Milei o el húngaro Viktor Orban, considera lo “woke” como un enemigo porque percibe que este movimiento desafía las estructuras sociales conservadoras y culturales tradicionales.
El término “woke” (despertar) se asocia con la conciencia sobre injusticias sociales, como la desigualdad racial, de género y los derechos LGBTQ+. Para los sectores más conservadores, estas ideas representan una amenaza a valores como la familia nuclear, las jerarquías sociales y las normas históricas.
En alusión a esta deriva autoritaria e injerencista de Trump, Harvard consideró que es “desafortunado” que su carta con más exigencias (incluida la cancelación de programas de diversidad) “ ignore los cambios en sus reglamentos para detectar y penalizar con más dureza comportamientos antisemitas y en su lugar presente demandas que, en contravención de la Primera Enmienda, invaden libertades universitarias reconocidas desde hace mucho tiempo por la Corte Suprema”.
De esta manera, Harvard explica por qué se desmarca de la posición de otras universidades sometidas al chantaje de Trump, como la neoyorquina Columbia, la cual, tras amenazar el magnate republicano con cortar 400 millones de dólares,cedió y aceptó sus exigencias para no perder el financiamiento.
Elogio de Obama
En estos tiempos oscuros, la decisión de Harvard está causando algunos escasos elogios por su valentía, como The Washington Post, que parece estar criticando más abiertamente el autoritarismo del gobierno, pese a los esfuerzos de su dueño, Jeff Bezos, por congraciarse con Trump. Pero, una vez más, ha sido la opinión del expresidente Barack Obama (2009-2017) la que ha resonado con fuerza frente al asombroso silencio demócrata ante la deriva fascista del gobierno republicano.
“Harvard ha brindado un ejemplo para otras instituciones educativas superiores: rechazar las tentativas torpes e ilegales de sofocar la libertad académica”, escribió Obama en X, y en lugar de eso ha preferido garantizar a sus estudiantes “un entorno de curiosidad intelectual, debate riguroso y respeto mutuo”.
“Esperemos que otras instituciones sigan su ejemplo”, una crítica apenas velada a otras grandes universidades para que no cedan al chantaje y mantengan intacto el espíritu de libertad, individualismo e investigación que han permitido los logros académicos, científicos y tecnológicos que son los que realmente han hecho grande a Estados Unidos (y no los delirios de un pasado supremacista blanco, atiacadémico y dogmático que defiende Trump).