
Lo que prometía ser unas vacaciones soñadas en el Mediterráneo, con una primera parada en Grecia, se convirtió en una pesadilla para Alejandro Hernández Rivera (Ciudad de México, 43 años) en cuanto pisó Israel la madrugada del jueves 12 de junio y fue sometido a hora y media de duro interrogatorio en el aeropuerto internacional Ben Gurion: “¿A qué ha venido a Israel? ¿Dónde está la amiga con la que viajabas? ¿Dónde te alojas? ¿Por qué no está en Israel tu único contacto con el país…?”.
“El bronceado (de los días anteriores en Atenas, Santorini y Mikonos) no ayudó; me convertí en sospechoso palestino”, declaró, medio en broma, medio cansado, en entrevista a Crónica, tras su primera noche en su casa de la Ciudad de México, aún bajo los efectos del jet lag e intentando digerir la aventura de película que había vivido. Una aventura que empezó a torcerse cuando recibió un mensaje de que su vuelo de regreso de Tel Aviv a Madrid, vía Atenas, había sido cancelado, antes incluso de que estallara el conflicto.
“No fue hasta que empezaron los bombardeos israelíes sobre Irán cuando entendí el motivo de la cancelación: Israel ya había puesto fecha al comienzo de la guerra desde días antes, y aún así permitió que llegaran turistas extranjeros al país”, comentó, recordando el motivo de su visita: el Pride Parade en Tel Aviv y el concierto de uno de sus artistas favoritos de música electrónica, el israelí Offer Nissim.
Una llamada en la oscuridad
“Llegué finalmente a mi hotel en Tel Aviv a las tres de la mañana, ese jueves lo aproveché para visitar Jerusalén y de regreso al hotel, de noche, lo primero que hice fue desconectar el celular para descansar, sin ver mensajes ni noticias. Me despertó a las cinco de la mañana (ya viernes) el teléfono de mi cuarto sonando con insistencia. Era mi amiga mexicana con la que viajé a Grecia: ‘Israel acaba de atacar Irán, tu madre está muerta de la preocupación porque salta el buzón de tu celular’.
“En esas primeras horas (ya había amanecido y había llamado a su madre para tranquilizarla) no sentí para nada la sensación de peligro. Tel Aviv funcionaba como si no pasara nada… hasta que me enteré que habían sido cancelados el desfile del orgullo gay, de ese mismo viernes, y el concierto del sábado del dj Nissim. Todavía se me ocurrió protestar y me dijeron: ‘¿No sabes que estamos en guerra?´”.
“La playa de Tel Aviv estaba llena el viernes, hasta que por la tarde empezó a sonar una alarma en todos los celulares, incluido el mío. La gente empezó a recoger sus cosas y a marcharse precipitadamente. Me regresé al hotel y me explicaron que Irán había lanzado misiles contra Israel, pero el ataque fue en el norte del país, no contra Tel Aviv, por eso no sonaron las sirenas en la ciudad… hasta que cayó la noche y empezaron a sonar. Me estaba bañando y desde la ventana vi lo que nunca había visto, una especial de baile de luces y explosiones; luego me vi rodeado de extraños en el refugio en el sótano del hotel. Ahí entendí lo que era estar en un país en guerra y en estado de alerta permanente”.
“Supe que tenía que salir de Israel”
“Cuando a la tercera vez que sonaron las sirenas esa noche, subiendo y bajando al shelter (refugio) noté como cimbró el refugio por un bombazo, con los nervios destrozados por no poder dormir, me quedó claro lo que tenía que hacer: salir de Israel. En cuanto amaneció me dedique a buscar la manera de huir lo más rápido posible, pero el espacio aéreo quedó cerrado. Ahí comenzó entonces la segunda parte de la pesadilla”.
Cancelado, cancelado, cancelado...
“Compré un boleto de autobús para la ciudad de Eilat, en el extremo sur de Israel (en el mar Rojo) con la idea de cruzar la frontera con Egipto, recorrer como sea la península del Sinaí, para llegar a El Cairo y de allí tomar un vuelo a Atenas y no perder mi regreso de allí a Madrid y luego a la Ciudad de México. Ese mismo sábado me llegó el aviso de que los viajes en autobús habían sido también cancelados. Intenté entonces rentar un coche, pero fue imposible. Para mi mala suerte, los 40 mil turistas que llegaron para el Pride debían estar haciendo lo mismo que yo, pensé”.
“Mi madre me pasó entonces por WhatsApp el teléfono de la embajada de México en Tel Aviv, llamé y me aconsejaron viajar a Jordania por carretera y de allí tomar un vuelo. Primero renté un servicio de coches para ejecutivos, y horas después lo cancelaron. Finalmente logré un taxi a precio de oro para que me recogiera la mañana del domingo y me llevara a la frontera, cruzando Cisjordania, sin advertirme que el paso cerraba a las 2 de la tarde. Como vi que eran dos horas 41 de trayecto, me confié y cometí el error de comprar on line un boleto para el vuelo de Ammán a la capital egipcia las 5 de la tarde”.
“Cuando por fin llegamos a la frontera, quedaba media hora del cierre y nos encontramos una fila enorme de gente huyendo de Israel. Me desesperé y corrí al principio de la cola pidiendo a los primeros coches que si me hacían sitio, porque perdía el vuelo. Se acercó entonces un guía turístico de una van, quien, previo pago, ayudaba a cruzar la frontera. Dentro del vehículo, junto a otros diez extranjeros en la misma situación, me enteré de que tenía que pagar un impuesto para salir de Israel y necesitaba una visa para cruzar a Jordania. Desesperado porque no funcionaba bien la aplicación y se caía el internet, logramos finalmente nuestras visas en el último minuto, entramos en la tierra de nadie que separa en varios kilómetros Israel y Jordania, nos dejó la van en la aduana jordana, volví a pagar, esta vez para entrar, y con una inglesa que también iba al aeropuerto de Amman, rentamos un taxi. Llegamos dos horas después de que salió mi vuelo a El Cairo y el de ella a Roma. Toda la carrera para nada”.
“Tuve que pagar otro boleto para un vuelo a las 12 de la noche. Mientras hacía tiempo en el aeropuerto se anunció que, debido al cruce de misiles por el espacio aéreo jordano, estaban cancelados todos los vuelos. No podía creer mi mala suerte. Sin embargo, decidí quedarme en la terminal a la espera de un milagro, que llegó poco antes de la medianoche, cuando anunciaron la reanudación de vuelos. Llegué la madrugada del lunes (16 de junio) al aeropuerto de El Cairo, minutos antes de que saliera el vuelo de las 4 am a Atenas, que ya había comprado. En el trayecto de un avión al otro, la policía egipcia me paró junto a otros: no nos dejaban pasar por migración. Mientras tanto, oía por los altavoces la última llamada para mi vuelo”.
“Sin saber por qué, todo el tiempo estuve escoltado. Cuando pensaba que ya no había esperanza de tomar el vuelo (y preocupado por la maleta que me extraviaron en el vuelo de Ammán), los mismos agentes me escoltaron hasta la puerta de embarque, supongo que era una cuestión de seguridad por todo lo que está pasando. Fui el último en entrar y cerraron la puerta detrás de mí”.
“De regreso a Atenas, agotado, esperé sin moverme del aeropuerto mi vuelo a Madrid de las 8 de la tarde (del lunes) y, finalmente, de Madrid a la Ciudad de México a las 10:40 de la noche. Aterrice de madrugada en el aeropuerto de Benito Juárez, a tiempo para reincorporarme a mi trabajo en American Express el martes, el día señalado.”
“De hecho, ya estando aquí me di cuenta de que cuando estalló la crisis y lo que siguió después, traté de manejar el estrés centrándome sólo en llegar a tiempo al trabajo, para no caer en pánico al pensar lo que ahora, ya seguro en casa, me viene a la mente una y otra vez: ver el misil en el aire y luego oirlo explotar es algo que jamás olvidaré en la vida. Sentí en carne propia algo de lo que viven allí, aunque infinitamente peor para los palestinos que para los israelíes: el horror de la guerra”.