Opinión

El próximo presidente de EU cree que puede cambiar a su gusto el nombre del golfo de México, saltándose el derecho internacional

El golfo de Trump

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Mapa El geógrafo Théodore De Bry ya denominó Golfo Mexicano en su mapa Occidentalis Americae de 1594, casi dos siglos antes de la fundación de Estados Unidos

A estas alturas ya todo el mundo sabe de qué golfos habla esta columna: del golfo de México y del golfo de Trump. El primero pasó de llamarse golfo de Nueva España a golfo Mexicano (y luego de México) desde al menos el siglo XVI, cuando el geógrafo Théodore De Bry así lo ilustró en su mapa Occidentalis Americae de 1594, casi dos siglos antes de la fundación de Estados Unidos (1776); y el segundo se llama así desde que Donald Trump aprendió, siendo muy joven, a evadir millones de dólares en impuestos, a sobornar a mujeres con las que se acostó, o a intimidar a funcionarios electorales para que lo declararse ganador o a incitar a la turba para asaltar el Capitolio, entre otras golferías.

A dos semanas para que jure por segunda vez como presidente de Estados Unidos, el republicano encendió todas las alarmas cuando declaró su intención de que el golfo de México pase a llamarse golfo de América. “Qué nombre tan bello y tan apropiado”, dijo en rueda de prensa, sin que ninguno de sus asesores se atreviera a recordarle que lo que pide es imposible, ya que debería contar con el beneplácito del gobierno mexicano y del cubano, puesto que cualquier cambio de denominación geográfica de un espacio marítimo internacional debe ser aprobado por los países ribereños, según estipula la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar (UNCLOS). De más esta señalar que el canciller Marcelo Ebrard ya ha anunciado que “el golfo de México seguirá llamándose el golfo de México”.

Más allá de otra de sus ocurrencias megalómanas, Trump reveló ante los atónitos periodistas su peligrosa fantasía expansionista, cuando, además de reiterar los aranceles a sus socios del T-MEC, no descartó usar la fuerza para convertir a Canadá en el estado 51 de EU, anexionarse Groenlandia y el canal a Panamá, y sugerir una posible invasión militar de México, tras denunciar que el país está controlado por los cárteles y la presidenta Claudia Sheinbaum no se atreve a combatirlos porque los narcos la echarían del poder “en cuestión de minutos”. “Esto no puede continuar así”, advirtió sobre el tema, sin entrar en detalles.

Cada día que pasa se hace más evidente que no exageraba John Kelly, exasesor de Trump en su primer mandato, cuando, en vísperas de las elecciones de noviembre, alertó del peligro para el país y para el mundo si el expresidente regresaba a la Casa Blanca. El exgeneral retirado (nada sospechoso de simpatizar con los demócratas) aseguró que Trump “encajaba con la definición de fascista” y prueba de ello es que le confesó en su primer mandato su frustración por el contrapeso a su poder del Congreso, los tribunales y la prensa, y que, por ello, envidiaba la fidelidad de los “generales” de Adolf Hitler, que cumplían sus órdenes sin rechistar.

Trump “nunca aceptó el hecho de no ser el hombre más poderoso del mundo, y por poder me refiero a la capacidad de hacer lo que quisiera, cuando quisiera”, dijo Kelly, quien, en un último intento de alarmar y movilizar al votante estadounidense, recordó cuando le dijo que Hitler “también hizo cosas buenas”.

Pues bien, a casi un siglo de la victoria electoral del Partido Nazi en Alemania y el asalto al poder de Hitler, de la mano de Josef Goebbels y de su propaganda de odio racista, Trump no sólo arrasó en las urnas, de la mano de Elon Musk y su red social X, convertida en una máquina de difundir bulos, sino que ha logrado convertir a los legisladores republicanos, a la mayoría de los jueces de la Corte Suprema, y a magnates como Jeff Bezos (dueño del The Washington Post) en “generales” leales, dispuestos a legalizar su inminente persecución de inmigrantes y a convertir en sospechoso por su aspecto racial o por ser musulmán. Particularmente desoladora ha sido la traición de Mark Zuckerberg, quien ha renunciado a sus principios éticos y acaba de eliminar de Facebook e Instagram la verificación de datos para bloquear a usuarios con historial de acoso y mensajes de odio contra usuarios, con tal de congraciarse con Trump y Musk.

No se trata de reaccionar histéricamente a cada exabrupto del futuro presidente de EU, pero es necesario algo más que “mantener la cabeza fría”, como dijo Ebrard. El gobierno mexicano debe prepararse como nunca para el tsunami que se aproxima y coordinarse con sus aliados, sin romper puentes con Washington, pero advirtiendo con firmeza que cada acción tendrá su reacción.

Las comparaciones pueden ser odiosas y peligrosas, pero olvidar la historia es mucho peor; por eso, ante la amenaza global que se cierne con el regreso inminente de Trump al poder, convendría releer el daño que hizo a la humanidad la política de apaciguamiento (Appeasement) del canciller británico Neville Chamberlain, quien le permitió a Hitler invadir la mitad de la ahora República Checa, creyendo así que saciaría la ambición expansionista del líder nazi, pero lo único que consiguió es animarlo a invadir Polonia y desatar con ella la peor guerra que ha conocido la humanidad.

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