Había llegado a mis manos un libro interesante y polémico titulado “Incertidumbre radical: toma de decisiones más allá de los números” (2020), de los profesores británicos John Kay y Mervyn King (este último responsable del Banco Central en plena crisis financiera de 2008), cuando el viernes apareció en las redes sociales la foto oronda de Donald Trump, disfrazado de Papa, con toda indumentaria puesta, incluyendo la cruz, anillos y su mitra en la cabeza.
No era fake, no era un meme malintencionado, no era una mala broma de los demócratas o de algunos de sus muchos detractores en “X” o en Instagram: era él, desde su cuenta personal, posteriormente replicado por la cuenta de la mismísima Casa Blanca. La cosa mereció millones de reproducciones en el globo, primeras planas de los diarios, protestas airadas de católicos quienes sintieron la puntada como una falta de respeto a su institución y a su fe.
El cotorreo de Trump llevaba días. El martes anterior, a pregunta expresa de un periodista “¿Quién le gustaría que fuera el próximo Papa” respondió a bocajarro “Me gustaría ser Papa… esa sería mi opción número uno”, de modo que su “post” fue la coronación de un chiste rumiado y masticado con antelación.
Pero el hecho importante -inquietante- es que, según el reporte de Rasmussen Poll, al 51 por ciento de los nortemamericanos les hizo gracia la payasada de su presidente. Más de la mitad.
Aquí es donde vuelvo al libro de J. Kay y M. King: “…el ánimo social contemporáneo, incluso en las sociedades desarrolladas y democracias aparentemente consolidadas reina el desconcierto, una difusa insatisfacción, el rencor social”, estados de conciencia que a su vez son producidos por la “incertidumbre radical”.
La perturbación -que es capaz de encumbrar a Trump y celebrar sus bobadas- no es momentánea, sino que tiene años incubándose en E.U. como en muchas otras naciones, muy probablemente instalada tras la crisis financiera del 2008 y como dicen los autores “no está claro hasta que punto los factores directamente económicos afectan a las inclinaciones políticas y hasta que punto indirectamente, a través de la ansiedad por el status perdido”. El hecho cierto, sin embargo, es que la inseguridad provocada por un entorno tan económicamente inestable ha modificado el carácter, la forma de razonar y de sentir del electorado (de los electorados).
¿Votarías por un ostensible bravucón, por un bufón, por un simpático desenfadado que suele pasearse fuera de sus cabales? Si, si él se planta frente y contra las élites que durante tanto tiempo te han defraudado.
Trato de comprender lo que ha pasado en las mentes y el espíritu de millones de personas, de tantas sociedades de nuestro tiempo (Estados. Unidos o la nuestra) y encuentro este libro que ofrece su propia respuesta: la “ansiedad de estatus”, dice, está en el origen de la aceleración del apoyo a causas y líderes populistas y autoritarios.
¿Quién es más propenso a esa ansiedad? Responden: “Es probable que sean las personas que se ubican unos peldaños por encima en la jerarquía social más baja”. Es decir, aquellos cuyo trabajo, educación, relaciones, no es lo suficientemente alto como para garantizar su nivel de vida, hoy o mañana, pero que aún tienen un acervo social significativo que defender.
Los estudios revisados por los autores (son centenas para Europa y los Estados Unidosa antes del segundo triunfo de Trump) muestran que la gente de este cohorte exhiben mayor ansiedad por descender límites sociales, y sienten “una especial aversión al último lugar; esto es, una preocupación mayor por caer al fondo de la jerarquía”. Regresar al estadio social de sus abuelos, allá entre guerras, es una de las principales fuentes de esa ansiedad.
En los países occidentales, las personas blancas con un nivel educativo relativamente bajo, se sienten amenazadas por las minorías raciales y por los inmigrantes, y los hombres, tanto blancos como integrantes de alguna minoría, se sienten amenazados por el aumento de estatus de la mujer. Pues bien: esas son precisamente las fibras que ha tocado el jocoso y autoritario Trump.
Con datos recientísimos sobre los estratos por ingreso citados por Carlos Bravo Regidor (https://tinyurl.com/5862w734) indican que en 2020, entre las personas con nivel de ingreso bajo (menos de 50 mil dólares anuales) el margen de ventaja de los demócratas era de +11, pero en 2024, ese margen basculó a favor de los republicanos que ya aventajan en ese nivel socioeconómico por +3. Mientras que las personas con ingreso medio (entre 50 mil y 100 mil dólares anuales), en 2020 el margen de ventaja de los demócratas era +5 y cambió favorablemente hacia los republicanos (por +5) en 2024.
Lo cual redunda en mi propio economicismo: creo que las democracias modernas están declinando a favor de los populistas sean de derechas o de izquierdas, a favor de los autoritarios, por muy rídiculos que nos parezcan, debido a la decepción económica continuada (en nuestro caso lleva más de dos generaciones).
Se que las patologías que han llevado a esta declinación también se nutren de las deformaciones propias de una democracia contrahecha, de la corrupción, una clase política venial, de la violencia que acompañan a la ansiedad y a la inseguridad. Pero aún estas falencias se han alimentado de la falencia mayor, que proviene de la esfera económica.
La salida democrática de este profundo atolladero histórico, no puede olvidar esta lección y menos, desde la izquierda.