
En fechas recientes algunas voces han sugerido no salir a votar en esta elección judicial. Pienso afortunado que quienes así piensen lo digan con total libertad. Ejercer los derechos fundamentales, como lo es la libre expresión, genera una ciudadanía más informada, más exigente y, por tanto, con mejores capacidades para fortalecer las cuestiones públicas.
Disiento, sin embargo, del contenido de su mensaje. Pienso que la democracia requiere la participación de todas las personas. Esto aplica por igual para quienes están de acuerdo con el objeto de una consulta como para quienes están en contra. La expresión formal de nuestra voluntad política – el voto – deja testimonio de la manera en la que cada persona entiende la política o, en este caso, la justicia. Retrata nuestras preferencias y las pone al servicio de una decisión colectiva.
En tiempos de incertidumbre política, es comprensible que algunas personas se sientan tentadas a la abstención como forma de protesta. Ante una elección inédita como la de personas impartidoras de justicia mediante el voto popular, surgen dudas legítimas: ¿tiene sentido votar cuando no conocemos enteramente las opciones? ¿Es más elocuente el silencio que la participación?
Sin embargo, en contextos como el actual, donde se juegan las bases mismas del orden constitucional abstenerse no es neutral: es ceder el poder a otros. No votar es renunciar —consciente o inconscientemente— a una de las herramientas más poderosas de la ciudadanía en una democracia. Es convertirnos en espectadores de decisiones que nos afectan profundamente, tanto en lo individual como en lo colectivo.
La historia constitucional muestra que los derechos no son conquistas permanentes, sino posiciones ganadas que pueden ser erosionadas si no se usan. El Estado de Derecho no se sostiene desde el diseño institucional, sino desde la práctica constante de quienes reclaman, denuncian, protestan… y votan.
Discrepo de quienes argumentan falta de información para poder ejercer su derecho responsablemente. Si bien es cierto que la ley es restrictiva en cuanto al alcance de las campañas, las autoridades electorales hemos puesto manos a la obra para garantizar un voto informado. En el Estado de México, por ejemplo, cualquier ciudadano o ciudadana puede encontrar en la página del IEEM los perfiles que nos facilitaron el 99.5% de las candidaturas contendientes. Esta información está al alcance de cualquier teléfono o computadora.
Además, se ha inaugurado un nuevo modelo para hacer debates que no obliga a la ciudadanía a estar pegada a los prime time televisivos. En cualquier momento las y los mexiquenses pueden entrar a internet y ver cómo contrastan las visiones sobre la justicia entre las y los candidatos que accedieron a discutir con sus competidores.
Pero me parece que la parte más grave de la desinformación está en el argumento de que votar es difícil. Por supuesto que votar con una “X” es distinto que hacerlo relacionando números, pero hay muchas situaciones en las que las personas seleccionamos a partir de números de correspondencia. Ante la enorme cantidad de cargos a elegir, el sufragio a partir de números es la apuesta más racional y que provoca la menor cantidad de errores.
No lo dudes: ejerce tus derechos. El Estado de Derecho se sostiene cuando las personas participan activamente en los procedimientos que les afectan. Y como advirtió Hannah Arendt, el poder surge donde las personas actúan juntas. Este 1 de junio tenemos la oportunidad de decir qué tipo de justicia queremos. Silenciarnos no hará que desaparezcan los desafíos. Participar, en cambio, puede hacerlos visibles y transformables. Votar es, hoy más que nunca, un acto de responsabilidad democrática.