Opinión

Wang Huning, un ideólogo del ascenso global de China

Wang Huning

En 2025, Wang Huning cumplirá 70 años. A esa edad, la mayor parte de los cuadros dirigentes chinos se retiran de la vida pública, pero Wang sigue en la cúspide del poder. No es un líder militar ni un rostro carismático. Tampoco se trata de un diplomático que recorra el mundo como embajador de su país. Wang Huning es, en cambio, un ideólogo: el intelectual que desde hace cuatro décadas da forma, contenido y continuidad al proyecto político de la China contemporánea. Poco conocido en México y escasamente estudiado en el mundo de habla hispana, su figura es sin embargo decisiva para entender el ascenso de China como la gran potencia global del siglo XXI.

Wang ha sido consejero ideológico de tres presidentes chinos: Jiang Zemin, Hu Jintao y Xi Jinping. Ha acompañado desde el aparato del Partido Comunista Chino (PCCh) los momentos de mayor transformación del país en las últimas cuatro décadas. Bajo su discreta influencia se han formulado las doctrinas que sostienen la narrativa de modernización con peculiaridades chinas, se ha articulado el proyecto político de Xi Jinping, y se ha redefinido el papel del Estado y del Partido en la era de la globalización.

Todo eso sin haber ocupado nunca un cargo de gobierno, como no sea su reciente nombramiento como presidente de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino a partir de 2023. Una instancia, como su nombre lo indica, de carácter consultivo, sin poder para legislar o ejecutar políticas públicas.

Su estilo de influencia es la del clásico consejero imperial de la era de los mandarines. De perfil bajo, lenguaje críptico y gran capacidad de síntesis teórica, Wang ha sabido construir una narrativa de poder que amalgama elementos del marxismo, el confucianismo, el nacionalismo cultural, el neoliberalismo y el legalismo, que conforman una sofisticada lectura de las debilidades y las fortalezas del modelo civilizatorio occidental.

Se le considera uno de los arquitectos ideológico de la China actual. Conoce la tradición liberal y democrática de Occidente, mucho mejor que nosotros conocemos las peculiaridades del sistema político chino. Tal es una de sus mayores ventajas, y un recordatorio de que aún sabemos muy poco de eso que podríamos llamar, siguiendo al maestro Bonfil Batalla, la China profunda.

Nacido en Shanghái en 1955, Wang se formó como politólogo en la Universidad de Fudan, donde pronto se destacó como un brillante académico con interés en la cultura política comparada. Fue uno de los primeros intelectuales chinos en estudiar de forma crítica las instituciones y los sistemas políticos occidentales. Su estancia como investigador en Estados Unidos, a finales de los años ochenta, resultó decisiva en su formación intelectual.

Lo que había sido un deslumbramiento temprano y cierta simpartía por la democracia en Occidente, cambió radicalmente tras su observación directa de la sociedad norteamericana. El resultado de ese viaje fue un libro trascendental: América contra Estados Unidos (1991), donde expone con agudeza las fracturas internas del modelo estadounidense: la soledad del individuo, el nihilismo consumista, la desintegración de los lazos sociales, la desconfianza en las instituciones. Para entender su relevancia, podemos comparar su influencia en los círculos académicos de China con la que tuvo en Occidente la publicación en 1840 de La democracia en América de Alexis de Tocqueville.

Su diagnóstico, formulado mucho antes de la crisis financiera de 2008 o de la irrupción de Donal Trump, consolidó en Wang la idea de que China debía seguir su propio camino, evitando los errores de Occidente. Lejos de abogar por una apertura democrática al estilo liberal, Wang defendió la necesidad de anclar el desarrollo chino en una combinación de orden político fuerte, economía abierta, combate a la pobreza, y un nuevo modelo de desarrollo a través de una apuesta faraónica por la investigación científica, la innovación tecnológica y la educación de alto rendimiento (incluyendo la formación de decenas de miles de expertos chinos en las principales universidades del mundo).

A su regreso a China, Wang se consolidó como el principal teórico del neoconservadurismo chino. Su propuesta pasaba por reformular el papel del Partido no como una simple maquinaria burocrática, sino como el heredero directo de la civilización imperial china, capaz de articular un relato nacional basado en valores confucianos, unidad cultural, crecimiento económico, y soberanía política. El Partido como continuación del Imperio milenario, pero adaptado a la revolución digital y la era del post capitalismo, de la que emergió China como una potencia global.

Wang sostiene que la clave de la estabilidad china radica en una concepción distinta de la “conciencia colectiva”. Mientras en Occidente ésta se articula y regula a través de normas externas (leyes, instituciones, derechos), en China la conciencia es interna, connatural a cada individuo, y se expresa mediante valores confucianos como la piedad filial, la disciplina espartana, la armonía social, el respeto a la jerarquía y las figuras de autoridad (el padre, el profesor o el Estado). La modernidad china, en esa lectura, no consiste en copiar instituciones o valores extranjeros, sino en reconstruir un orden moral propio.

Este enfoque ha sido fundamental para entender el actual modelo chino de modernización autoritaria, cuya legitimad descansa menos en la preminencia del sistema de partido único, que en los resultados tangibles que éste les brida a sus gobernados. Bajo su influjo, el PCCh ha impulsado un tipo de desarrollo que combina la economía de mercado con el control político centralizado y tecnócrata, la creciente vigilancia digital, la apertura comercial, y el impulso de un nuevo tipo de nacionalismo que no tiene ya nada que ver con el fanatismo chovinista de la Revolución Cultural. Wang no niega la utilidad del capitalismo, pero insiste en que debe estar subordinado a los fines superiores del Estado-nación.

Su pensamiento también ha incidido en la proyección internacional de China. Ha sido uno de los principales promotores del concepto del poder blando con características chinas. A diferencia del soft power estadounidense, basado en la seducción cultural y el consumo, Wang propone una diplomacia cultural que reafirma la singularidad china: su historia milenaria y su modelo civilizatorio excepcional. La creación de institutos Confucio en todo el mundo responde a esta lógica.

En el plano doméstico, Wang ha sido el arquitecto invisible de algunas de las reformas ideológicas más significativas de los últimos veinte años. Redactó partes sustantivas del informe del XIX Congreso del PCCh y fue el principal impulsor del concepto de “Gobernanza moderna con características chinas”. Su tesis central es que la legitimidad no depende de la elección popular, sino de la capacidad del Estado para ofrecer bienestar, estabilidad, sentido de pertenencia y visión de futuro.

Este modelo ha demostrado ser sumamente eficaz para sostener el orden interno y, a la vez, para proyectar a China como potencia global alternativa al modelo liberal occidental. El ascenso de China no se basa sólo en su crecimiento económico, sino en una narrativa coherente que da sentido a ese crecimiento.

Wang Huning ha logrado algo poco frecuente en la historia china: formular un modelo desde el poder, con influencia real y continuidad a largo plazo. Su pensamiento es una mezcla de realismo político, conservadurismo cultural y reingeniería social. No propone utopías, sino equilibrios realizables. No promueve revoluciones disruptivas, sino adaptaciones continuas y edificantes. En su visión, la cultura no es un adorno, sino un dispositivo de cohesión nacional, la tradición no es un lastre, sino un activo estratégico.

En la China de Xi Jinping, Wang se ha convertido en algo así como el filósofo del príncipe. Un Maquiavelo confuciano. Rara vez aparece en fotografías oficiales y casi nunca concede entrevistas. Se dice que trabaja de madrugada y que apenas tiene vida social. Su oficina en Zhongnanhai, el centro del poder en Beijing, está a pocos metros del despacho presidencial. Desde allí, diseña estrategias, elabora conceptos, redacta discursos. Su firma no aparece, pero sus ideas están en todas partes. Es el guardián de la ortodoxia y, al mismo tiempo, el innovador silencioso. Su longevidad política es también un mensaje: la sabiduría, en el orden confuciano, le pertenece a los más viejos, desoírlos es un atajo que sólo puede conducir al fracaso y al caos.

Su obra apenas ha sido traducida y su pensamiento es poco conocido incluso en círculos académicos especializados. México y América Latina harían bien en estudiar con mayor atención a este pensador que ha sabido interpretar la historia, la cultura y la geografía de su país para proyectarlo como una alternativa al orden mundial existente.

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