Opinión

El Reloj del Fin del Mundo no mide el tiempo. Mide la lucidez

Oso

Cuando la nieve dejó de caer en su aldea, Amara tenía seis años. Era solo una niña de Mongolia que nunca volvió a ver hielo en el lago donde patinaban sus abuelos. Su padre dejó de criar renos. Su madre comenzó a comprar agua. Nadie anunció un desastre, pero algo invisible e irreversible ocurría. El reloj no hizo ruido. Solo siguió acercándose. Nadie lo escucha, pero ahí está: en silencio. Desde hace más de setenta años, un reloj simbólico marca cuánto tiempo nos queda antes de destruirnos y acabar nuestro planeta. No en siglos: en minutos. Fue creado en 1947 por científicos nucleares para advertir del riesgo de nuestra inteligencia mal dirigida. Hoy está a 90 segundos de la medianoche, el momento más cercano al colapso global. Ni durante la Guerra Fría estuvo tan cerca. No es metáfora. Es una evaluación racional. No solo lo acercan las armas nucleares o la inteligencia artificial descontrolada, sino el planeta que estamos deshaciendo.

Rachel Bronson, directora del Bulletin of the Atomic Scientists, lo explica: “No se trata de predecir el apocalipsis, sino de medir el riesgo acumulado.” El cambio climático no es un escenario posible: es una condición que acelera los demás peligros. La degradación ambiental es un catalizador de guerras, migraciones, crisis alimentarias. El Reloj no mide el tiempo, mide nuestra cordura. Fue concebido por científicos del Proyecto Manhattan, que sintieron el peso de su invención. Martyl Langsdorf, esposa de uno de ellos, lo dibujó por primera vez, colocándolo a 7 minutos de la medianoche. Desde entonces, cada año, expertos deciden si mover sus manecillas tras analizar las condiciones globales. Los informes son claros: el cambio climático ya es presente. Desde 1880, la temperatura global subió más de 1,1 °C. Los últimos diez años han sido los más cálidos. El nivel del mar subió 20 centímetros en un siglo, casi la mitad desde 1993.

Las consecuencias son visibles: incendios en Canadá, olas de calor con miles de muertes, islas desaparecidas, pueblos costeros tragados por el mar. El reloj no mide salvar osos polares, sino las condiciones para que sigamos vivos como especie. El planeta no nos necesita. Nosotros no sabemos vivir sin él. ¿Y tú, qué haces con este tiempo?, ¿dónde inviertes?, ¿qué marcas apoyas?, ¿está tu ciudad lista para olas de calor o crisis de agua?, ¿te informas, votas, protestas, cambias algo en el lugar donde vives?

Medianoche no es concepto: es posibilidad. Imagina el mundo a medianoche: cosechas fallidas, ciudades sin agua, fronteras cerradas, migraciones masivas, hospitales colapsados. Pero también podemos imaginar el mundo justo antes, con cooperación, innovación y decisión. No es un sueño. Ya hay quienes actúan. Costa Rica descarboniza su economía. París rediseña su infraestructura climática. Más de 30 países abandonarán el gas fósil antes de 2040. Inversionistas retiran fondos de empresas contaminantes. La esperanza no es ingenua. Es estratégica.

El Reloj no es una amenaza simbólica, sino un recordatorio de que todo está interconectado: paz, ciencia, clima, ética. El mayor temor no es la catástrofe, sino la indiferencia. No marca horas. Marca el juicio. Y no el final de la humanidad, sino el umbral de su madurez. Actuemos ya.

Tendencias