Opinión

La compulsión autoritaria

La mujer en la sombra
Claudia Sheinbaum (Cuartoscuro)

Es difícil explicar la evolución de la conducta de nuestros gobernantes. Es cierto que la presidenta Claudia Sheinbaum introdujo un estilo retórico menos agresivo que su antecesor, pero la línea central de su actuar sigue siendo invariable: el ataque visceral a sus adversarios y la obsesión por descalificarlos.

La razón, no juega ningún papel en la actual política nacional. La sinrazón se ha impuesto. Se escuchan insultos, gritos, pero no argumentos. Ningún margen ofrecen los gobernantes para el resurgir de un orden plural, para el diálogo sensato, para la comunicación con los demás. Un abismo se ha creado entre estos dos universos que no se tocan, son dos polos opuestos.

Domina en los que gobiernan una visión naturalista, esencialista, que ve a los críticos con rasgos negativos invariables como si fueran seres inmutablemente malignos que no poseen la dignidad de seres humanos. Los adversarios son malos por esencia, su maldad los acompaña todo el tiempo,

Claro, cuando no hay diálogo, se genera una dinámica general exasperación de gritos indignados de ambas partes. Nadie escucha a nadie. Las expresiones desaforadas suplantan la deliberación, el odio domina lo que antes era vida pública.

La cadena de imposiciones autoritarias ha estado atada al triunfo arrasador de Morena en las elecciones de 2024. La postura de ciega intolerancia se reprodujo sin cambios. La destrucción de las estructuras democráticas se consumó de forma implacable, México quedó atrapado e inmovilizado en la jaula de hierro del autoritarismo populista.

La irrupción de los factores políticos internacionales y la encrucijada que se creó con el ascenso de Donald Trump a la presidencia de EUA distrajo la atención de los mexicanos y brindó al gobierno la oportunidad de explotar en su favor los sentimientos patrióticos de la población.

Se creó una coyuntura que pudo haberse utilizado como apoyo para renovar el pacto de unidad nacional. Pero esto no fue posible. La voluntad autoritaria se mantuvo inquebrantable.

El congreso es un escenario ideal para retratar la violencia simbólica que domina al sistema. Las iniciativas que provienen de la presidencia dan origen de inmediato a descalificaciones de parte de la facción opositora y denostaciones reactivas de los funcionarios que gobiernan. Las críticas se convierten en gritos, burlas e insultos y una cadena de exabruptos que no tiene solución de continuidad. Se llega a un punto de parálisis y enseguida –entre burlas-- llega la imposición de la mayoría. Este patrón de conducta se cumple una y otra vez, un círculo vicioso inagotable.

El único resultado es la aprobación de las reformas autoritarias. Gradualmente se demuele un edificio y surge, en su lugar, otro. El primer edificio era muy defectuoso, pero conservaba algunos rasgos sustantivos de democracia, el nuevo, en cambio, no conserva ningún rasgo democrático y tiene los rasgos distintivos de una autocracia.

En un rápido movimiento, transitamos hacia un orden político similar al fascismo, aunque este orden emergente, no muestra (todavía) las conductas bárbaras que el fascismo tuvo en los años treinta y cuarenta. Pero ese tránsito: ¿es irreversible? No queremos asumir esa posibilidad y para ello nos acogemos a la Historia que ha sido el motor del progreso (pero, aceptémoslo, también ha sido autora de los retrocesos).

¿O estamos ante una regresión planetaria irreversible? Lastimosamente, en estos momentos hay en la escena internacional una declinación generalizada de la democracia y un auge de las dictaduras, sin que aparezca todavía una forma política nueva que asegure bienestar, diálogo y convivencia pacífica y ordenada. Hay frente a nosotros una sombra enorme que nos induce al pesimismo.

Tendencias