
Las fracciones en pugna del Cartel de Sinaloa pierden la cabeza. Llegan a niveles de crueldad pocas veces visto, incluso en plazas donde el crimen se ensaña de manera cotidiana con la población.
La puesta en escena del terror desafía los adjetivos. Colgar de cabeza cuerpos decapitados quiere decir que no hay reglas, que todo se vale y que la batalla seguirá hasta que quede solo uno en pie.
¿Qué más se puede calentar la plaza? Ya hay ahí contingentes de la Guardia Nacional y del Ejército, pero eso no inhibe a los matones, de hecho, parece un aliciente para llegar más lejos, para mostrarse desalmados, para irse hasta el último círculo del infierno.
El país se queda sin defensa para negar la presencia de narco terroristas entre nosotros. Apanicar a la gente, inhibir a las autoridades, exterminar a los rivales, no solo matarlos sino exhibir sus cuerpos destazados. Hay terror y la verdad es que es francamente difícil pensar en un castigo para los matones. ¿Algo así se paga con unos años de cárcel?
Son demasiados años de tolerancia y complicidad de gobiernos de todos los colores, hasta crear hordas demoniacas que deambulan por ahí sin temor de Dios, ni mucho menos de las autoridades. Si Trump y sus halcones dicen que hay terroristas entre nosotros y que los eliminarán a cualquier costo, incluso con drones artillados o fuerzas especiales, qué podemos decir o hacer para evitarlo.
Docenas de políticos de todos los partidos dejaron de cumplir con su deber, y las bandas de criminales crecieron y alcanzaron grados de maldad que cuesta describir. “Tengan sus masacres” se decía entre carcajadas el sexenio pasado, mientras se preparaba una nueva visita al nido de víboras. Ya hay una política diferente, ya no se promueven abrazos en lugar de balazos, pero la herencia de sangre todavía va para largo. ¿Cómo llegamos a esto? ¿Cómo salimos de esto?
Glifos
El nombramiento del doctor López Gatell como representante de México ante la OMS es más que un error, es una provocación. La epidemia de Covid fue la tragedia humanitaria más letal que ha padecido el país desde los tiempos de la Revolución Mexicana. 800 mil compatriotas perdieron la vida. Todos conocimos alguna víctima. No se hizo nunca una investigación oficial sobre lo ocurrido ni del balance del desempeño de las autoridades responsables.
Un grupo de científicos del más alto nivel hizo el trabajo que le competía al Estado y llegó a la conclusión de que al menos 300 mil de esas muertes hubieran podido evitarse con un manejo profesional, serio, de la pandemia que enlutó a miles de hogares mexicanos.
El encargado de instrumentar la estrategia gubernamental, del doctor López-Gatell no solo no rindió cuentas ante la justicia, que era lo básico, sino que ya prepara sus maletas para radicar un tiempo en Suiza. Lo malo de no hacer una evaluación oficial es que no sabemos si hoy estamos mejor preparados o no para enfrentar un reto sanitario de ese nivel.
A López-Gatell se le acusó de negligencia criminal, lo que es muy grave, y todos lo recordamos saltándose las trancas que puso precisamente la OMS. No usaba cubrebocas, se escapaba a cada rato de vacaciones sin respetar la sana distancia, se sumaba religiosamente a los disparates de AMLO como el detente y los calditos de pollo. Aunque usted no lo crea el doctor llegó a pensar que le esperaba en el camino la nominación presidencial de Morena. Su arrogancia alcanzó cumbres insospechadas. Y va se va, premiado.
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