
Más aislado internacionalmente que nunca, Benjamín Netanyahu continúa con su genocidio contra los palestinos reprimiendo toda iniciativa civil por la paz. Las imágenes de abuso, tortura psicológica e incomunicación que su gobierno prepotentemente ejecutó este fin de semana sobre los pacifistas de la Flotilla Global Sumud, quienes pretendían llevar ayuda humanitaria a la Franja de Gaza y cuyas naves fueron tomadas por asalto en aguas internacionales por el ejército judío para recluirlos en prisiones de alta seguridad, han dado la vuelta al mundo. Los 450 integrantes de esta misión pacifista -activistas, parlamentarios, periodistas, concejales, artistas, médicos y abogados- fueron hacinados, hostigados y maniatados e incluso, amenazados por el ministro de seguridad nacional del gobierno de Israel, el ultraderechista Itamar Ben Gvir quien desde siempre ha soñado con apropiarse de los territorios palestinos por medio de la fuerza. Fueron preocupantes las humillaciones y vejaciones cometidas contra la activista ambiental Greta Thunberg, muy semejantes a las que solía realizar la Gestapo.
Para protestar contra el renacimiento del nazismo tanto en Israel como en Europa y Estados Unidos, millones de personas salieron a las calles en distintos países durante los últimos días. Estas protestas incluyeron a México donde se reclamó al gobierno una postura más firme contra el genocidio palestino, al tiempo que se exigió que participe activamente en la liberación de los secuestrados por Israel, manifestando solidaridad con la iniciativa pacifista de carácter multinacional que solamente buscaba llevar alimentos y medicinas a las víctimas de la guerra. No debemos olvidar a los seis mexicanos integrantes de la flotilla quienes también fueron apresados ilegalmente sufriendo vejaciones de todo tipo. El intento por abrir un corredor humanitario en Gaza deseaba llamar la atención de la comunidad internacional para detener esa masacre sistemática contra el pueblo palestino. Aunque algunos activistas han sido repatriados a sus países, muchos aún permanecen recluidos en prisiones judías.
Contrariamente a lo que algunos piensan, el nazismo no murió con la derrota de Adolf Hitler en 1945 al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Resulta necesario tomar nota de que el nazismo aún persiste como forma psíquica, cultural y política que se encuentra latente en nuestras sociedades. La extrema derecha que actualmente gobierna Israel y otros países, no surgió de la nada, ella se desarrolló en las frustraciones, resentimientos y estructuras autoritarias no desmanteladas del pasado. En distintos lugares del planeta la nueva derecha radical no se presenta como un movimiento de transformación sino como una fuerza que canaliza el descontento social frente a las limitaciones de la democracia liberal. Utiliza discursos nacionalistas, xenófobos y anticomunistas, pero de manera flexible, adaptando su retórica a cada coyuntura particular. Esta derecha ultraconservadora se sostiene en un apelo emocional y en el resentimiento, por lo que lo decisivo no es la coherencia ideológica sino la explotación de miedos, inseguridades
sociales y pulsiones autoritarias. La derecha radical genera individuos predispuestos a someterse a líderes fuertes y a proyectar odio contra minorías o disidentes.
Esta nueva derecha se inspira en las prácticas y estilos del viejo nazismo. Ella se alimenta de la desafección hacia las instituciones democráticas consideradas ineficaces o corruptas. La atracción contemporánea por alternativas autoritarias se debe en parte a una gestión técnica de la política sin participación ciudadana. Restar importancia a estos grupos es un error. Incluso siendo pequeños, si logran legitimarse en el espacio público, pueden reactivar tendencias nazistas que se encontraban dormidas. El peligro no es solamente su crecimiento electoral sino sobre todo cultural, con la normalización de un lenguaje autoritario y excluyente.
Este nuevo radicalismo de la derecha no es una anomalía histórica, sino un síntoma recurrente de las sociedades modernas donde persisten estructuras autoritarias, resentimientos sociales y déficit democráticos. El nazismo aún está vivo en el inconsciente político de muchos gobernantes