
Posiblemente fuera algunos pocos, los políticos mexicanos no son devotos de esa felicidad fugaz llamada fútbol.
Con excepción de Brasil o Argentina, donde los grandes héroes del césped se convierten en embajadores (son los casos de Pelé y Maradona a quien años más tarde Fidel Castro adoptó como gasto y gesto publicitario), en México el futbol es un asunto tan del pueblo –aunque sea manejado por parte de la decadente oligarquía--, como para no tomarlo en serio, excepto cuando la FIFA le ofrece a cualquier país --en el caso próximo, tres países en una especie de Nafta del balompié--, el platillo gourmet para su función de pan y circo. Especialidad de la casa.
Para preparar el aprovechamiento político del máximo campeonato, el señor Gianni Infantino, el gran mercader de la FIFA, vino a México a saludar a la señora presidenta (con A) a quien le otorgó la infrecuente merced de acariciar la copa de oro con sus austeras y republicanas manos, como si fuera una reliquia milagrosa.
La entusiasta prensa nacional siempre dispuesta a la exageración superlativa (como la recién escrita), se dio el lujo de publicar notas de este jaez:
“...En una jornada trascendental para el futuro deportivo del país, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo, recibió en Palacio Nacional al presidente de la FIFA, Gianni Infantino, para afinar los últimos detalles rumbo a la Copa Mundial de 2026”.
Obviamente la visita nada tuvo trascendente para el deporte nacional. La Copa FIFA –asunto de empresarios privados (Televisa, Coca-Cola. Banorte, etc; no de naciones)-- no tiene relación alguna ni con la patria ni con nuestro escuálido deporte. Mucha afición para jamás hacer algo notable en ninguno de los mundiales en los que se ha presentado el incompetente equipo nacional, jueguen quienes jueguen y lo dirija quien sea.
Pura masquiña, decía Manuel Seyde, inventor de los inmortales “ratoncitos verdes”.
Pero el mundial se usa para dar provecho a la imagen. En el fondo los presidentes quieren congraciarse con la afición –entre otras cosas--, para ver si así evitan la pena de una silbatina el día de la inauguración. Le van a pitar de todos modos, haga cuanto haga.
Este gobierno no es una excepción, pero su primer gran paso se frustró.
La realidad de Michoacán impidió el jolgorio en el centro cultural de Los Pinos, esa residencia cuyo aprovechamiento se ha volcado ahora en beneficio del pueblo. Ni casa presidencial de alto lujo, ni edificio administrativo, ni alojamiento del Estado Mayor Presidencial (ya ni hay). Nada, Casa del Pueblo.
Y así la señora presidenta, persuadida de acercarse a “panboleros” y entusiastas del “juego del hombre” (ahora también de la mujer, mi querido Ángel Fernández), había organizado un bonito jolgorio y por primera vez la mañanera se iba a realizar en Los Pinos para ahí hablar de la organización del mundial FIFA. No del mundial México.
“...El lunes --anunció--, vamos a presentar el Mundial, ahora sí.
“De hecho, lo vamos a presentar fuera de aquí, vamos a ir a Los Pinos, los vamos a invitar allá, en la mañana, nos vamos… en “La Mañanera”, a las 08:00; va a ser a las 08:00 de la mañana el lunes, en Los Pinos, en el parque, abierto, porque se van a presentar algunas actividades especiales. Va a estar muy bonito...”
Pero, lástima Margarito, se nos cayó lo bonito.
Un asesinato en Michoacán le borró la sonrisa al gobierno por varios días. Reunión urgente de Gabinete, elaboración súbita y repentina de un plan providencial para Michoacán y la cancelación del tema deportivo hasta posterior aviso.
“¡Ah!, sí, pues sí lo cancelamos –dijo la presidenta-- porque no era apropiado el momento, evidentemente, pues tenemos sensibilidad. No somos un gobierno insensible. Iba a ser una fiesta de bailables, de fútbol, etcétera, en Los Pinos para informar sobre el Mundial”.
Otro día, pues.
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