Opinión

Diez postulados sobre el amor

Alain de Botton
Alain de Botton

Hace 33 años Alain de Botton, un filósofo de origen suizo formado en el King’s College de Londres, saltó a la fama a sus 24 años como la publicación de un volumen que en su momento resultaba sumamente original e inclasificable: a medio camino entre el ensayo narrativo, el texto filosófico, el artículo de divulgación, la novela, y la autobiografía. Tituló a su obra simplemente Del amor (MacMillan, 1993). Hoy es un clásico moderno que demuestra que la profundidad y la originalidad de los saberes no está reñida con su capacidad para ser compartidos con los demás.

Repaso el libro en esta entrega que sucede a mi texto anterior sobre la ruptura amorosa. Vayamos directo a los diez postulados esenciales de la obra:

1. El amor comienza con la idealización del otro. Para De Botton, el enamoramiento nace no menos del conocimiento objetivo del otro que de la proyección en él de nuestras propias aspiraciones y vacíos. Un gesto amable, una sonrisa leve, una coincidencia trivial, se convierten en claves simbólicas para construir una narrativa romántica-erótica que, por lo demás, sólo sobrevivirá si es postulada y sostenida -con sus respectivos matices- por ambas partes. Esta idealización es una especie de fe poética a cuatro manos: elegimos ver al otro no como es sino como queremos que sea… y viceversa. En este primer acto amoroso, más que ver al otro, nos estamos viendo a nosotros mismos reflejados en sus gestos. Hasta aquí no hay nada nuevo bajo el sol, ya muchos otros -de Erich Fromm a Georges Bataille- lo habían postulado.

2. La belleza es subjetiva y está ligada al deseo. La tesis de De Botton sobre la belleza rompe con cualquier ideal de los estándares universales que heredamos de la tradición grecorromana. Encontramos bello aquello que ya hemos elegido amar, no al revés. El deseo actúa como un filtro estético: transforma lo ordinario en sublime, lo imperfecto en entrañable. Así, la belleza no es una cualidad inherente del objeto amado, sino un efecto de la energía afectiva que depositamos sobre él. Este pensamiento desvirtúa por entero al falso monopolio de la belleza física como valor absoluto, así como a todas las narrativas del “amor a primera vista” o al mito del “rayo fulminante”. Cupido alado, sí, pero sin arco ni flechas.

3. El amor romántico es profundamente narrativo. De Botton sugiere que no sólo vivimos el amor, sino que lo contamos para que pueda existir. Desde los primeros encuentros hasta la ruptura, hilvanamos historias que dan sentido a nuestras emociones. El amor moderno, influido por la literatura, la música o el cine, se vive como un guion, es decir, como una trama bajo aparente control, con momentos álgidos, tiernos, obstáculos, revelaciones, giros dramáticos, y desenlaces insospechados. Esta tendencia narrativa, aunque sugerente y ordenadora de los sentimientos, puede también resultar limitante cuando en la vida real los hechos del amor no se ajustan a las historias lineales que queremos -o creemos- vivir, padecer, gozar y entender.

Si la teleología del amor postula un origen idílico, un desarrollo de ensueño, una cumbre colosal, un descenso gradual, un colapso inevitable y un desenlace trágico, la realidad nos demuestra que el amor no se manifiesta ni se despliega así en la práctica. Las tramas y los episodios del amor son más complejos e impredecibles: suben y bajan, terminan, recomienzan, vuelven a colapsar, alcanzan el clímax anhelado sin saber que vendrán otros descalabros, pero también otros clímax -no menos edificantes-, como también otras caídas.

No hay pues un desenlace único y predecible, salvo aquel al que nuestra narrativa moderna del amor se anticipó. En otras palabras, el amor rompe con los esquemas tradicionales de la narrativa teleológica que heredamos de Occidente. Avanza o retrocede, muere, renace, reincide, o se colapsa sin mapa seguro, ni apuntador que lo guíe en el escenario de las emociones. Como todo en esta vida, el amor también se muere o renace sin guion preestablecido.

Es el amor, en ese sentido, postmoderno e inenarrable. Porque no hay trama a la que se pueda ceñir por anticipado. Esta es al mismo tiempo su mayor virtud y su principal contradicción: si el amor nace como un relato que aspira a la tersura de lo que se desenvuelve en armonía, lo cierto es que la realidad fractura y diversifica ese relato inicial, hasta hacerlo algo mágica, dolorosa, enmarañada y encantadoramente misterioso. El amor nace de un relato racional y coherente, pero sobrevive, muere, o renace, preso de su irracionalidad.

4. La compatibilidad es un logro, no un punto de partida. Al rechazar la idea de las almas gemelas y la “media naranja”, De Botton plantea que la compatibilidad no se descubre: se construye. Amar a alguien implica atravesar el hechizo hipnótico inicial -arropado en el manto de lo adorable y lo encantador- hasta tocar puerto en los desencantos venideros para, sólo así, ponderar realmente el equilibrio entre las diferencias y las afinidades electivas. Administrar lo incompatible, digerirlo, acaso odiarlo, pero no evitarlo, o mejor aún, en él reinventarnos.

Esta visión desmitifica la espontaneidad romántica y reconoce al amor como el ejercicio cotidiano de un compromiso siempre aterrizado en la arena de la negociación. La buena relación, entonces, no es un retablo de las maravillas: es un arte aprendido, sostenido y justificado por otros actos, pequeños y silenciosos, muchos o pocos, grandilocuentes o elementales, pero felizmente domesticados. El verdadero amor, el más complejo, colinda con lo cotidiano y se emparenta sin remedio con algo en apariencia tan anodino como la simpleza insuperable de la vida doméstica, acaso el único territorio de nuestras más profundas seguridades. La mesa puesta, el lecho compartido, la película por empezar, la conversación íntima antes de dormir, el plan siguiente.

5. El amor revela nuestras vulnerabilidades infantiles. Una de las tesis menos originales de De Botton es que nuestras relaciones amorosas están marcadas por los patrones afectivos aprendidos en la infancia. Amamos -y sufrimos- como lo hicimos con nuestros primeros vínculos. El miedo al abandono, la necesidad de aprobación, la búsqueda de consuelo: todo se reactiva en la pareja. El amor, entonces, no sólo es un lugar de gozo, sino también de reaprendizaje emocional y conexión con nuestro yo remoto. Nada agrega aquí a lo postulado por Freud.

6. El deseo y la rutina son difíciles de conciliar. De Botton aborda aquí una tensión esencial: el deseo se alimenta de la novedad y el misterio, mientras que la vida en pareja se sostiene en la repetición y la familiaridad. Esta contradicción genera conflictos inevitables, especialmente en las relaciones largas. El autor sugiere que la clave no está en sostener el deseo como un fuego perpetuo, sino en comprender sus ciclos, aceptar sus intermitencias y cultivar nuevas formas de admiración y atracción mutuas alrededor del fuego, aun aquellas que admiten reavivar el calor primario en otras hogueras y en otras fantasías pasajeras.

7. Los malentendidos son inevitables y reveladores. Para De Botton, la comunicación amorosa es un terreno plagado de malentendidos. Estos no son anomalías, sino parte inherente del encuentro entre dos subjetividades distintas. Esperamos que el otro nos intuya o nos lea sin hablar, y nos frustramos cuando eso no ocurre. Aprender a traducirse en silencio mutuamente es uno de los desafíos del amor maduro, que requiere no sólo palabras, sino sensibilidad, intuición, paciencia y, sobre todo, recurrir cuando es necesario a la sabiduría del silencio.

8. El amor no es la ausencia de conflicto, sino su gestión inteligente. El conflicto no es un signo de fracaso amoroso, sino una consecuencia natural de la convivencia entre dos -o más- seres complejos. Lo decisivo no es evitarlo, sino descubrir las maneras de afrontarlo. De Botton señala que las parejas más sólidas no son las que no discuten, sino las que aprenden a dialogar con inteligencia y verdad, sin buscar humillar, imponer o vencer, aspirando en todo caso a algo más simple y acaso más profundo: comprender, tomando como base en el oro puro de la mutualidad empática. El amor duradero, nos dice, no lo encontraremos en la armonía constante, sino en la habilidad para afrontar, recomponer y administrar las diferencias. Aún aquellas que parezcan insalvables.

9. La autenticidad amorosa no prescinde de la vulnerabilidad emocional. Mostrarse tal cual se es, sin máscaras o disfraces, es una de las exigencias más difíciles del amor verdadero. Requiere valentía para admitir temores y contradicciones, necedades, y necesidades. Para De Botton, esta exposición de vulnerabilidades no debilita, sino que fortalece el lazo, toda vez que genera un espacio de intimidad real, donde el otro nos ve, nos acepta -o no- en nuestra fragilidad humana.

10. El amor es una habilidad, no solo una emoción. El amor no es sólo un sentimiento repentino que llega de pronto o se pierde al menor descuido. Es, según el autor, una capacidad que se cultiva: requiere empatía, escucha activa, tolerancia a la frustración, capacidad de perdón y, no menos relevante, sentido del humor: Ay de que aquella pareja que no se reirá nunca más del mismo chiste. Esta visión del amor como una habilidad adquirida nos aleja del desplante truculento y postrero del “no supe ni cómo me pasó, pero me pasó”, que suele acompañar -como un mantra hiriente- ese momento no menos humano, no menos certero, que anuncia al fin del amor.

A diferencia de los manuales de autoayuda que prometen el éxito sentimental como si se tratara de una rutina de gimnasio, el filósofo suizo-británico hace tres décadas redefinió al amor como una empresa humana, compleja, inevitable y, en ese sentido, profundamente existencial. En el cruce exacto en el azar y la fatalidad, aparece el amor: de ahí su condición trágica o redentora.

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